sábado, 28 de enero de 2017

EL AMOR MATRIMONIAL


¡Qué deplorable es la pasión humana cuando intenta ser como Dios!, cuando trata al ser amado como si lo hubiera sacado de la nada, usurpando y ejerciendo sobre él los derechos del Creador. Cuando amamos así, no sólo queremos ser Dios para el objeto de nuestro amor, sino que además pretendemos que él sea Dios para nosotros. Más exactamente —y ahí radica el espantoso equívoco de la idolatría— le exigimos, por una parte, que nos trate como a un Dios, es decir, con el culto absoluto y exclusivo que únicamente se debe al Ser supremo (y esto sin preocuparnos lo más mínimo de los fallos en el papel divino que pretendemos interpretar), y, por otra parte, que sea verdaderamente Dios para nosotros, es decir, que posea realmente todas las perfecciones que nos faltan: plenitud, inmutabilidad, pureza, paciencia y comprensión infinitas, etc. Como es natural, la decepción surge al instante, total y recíproca.

Damos un gran paso en el camino del verdadero amor el día en que aceptamos que no somos Dios para el ser amado y en que le perdonamos que no sea un Dios para nosotros. Queda entonces —en lugar de dos idolatrías contradictorias, la del yo y la del tú, de las que una pretendía configurarlo todo y la otra recibirlo todo— la unión de dos indigencias y de dos anhelos, la fusión de dos seres imperfectos en un idéntico impulso hacia la misma perfección sobrenatural. Se vuelve así al mito inagotable del Banquete: el amor, hijo de Poros y de Penia, despliega todo el ardor, toda la habilidad que ha heredado de su padre para consolar la miseria que le ha legado su madre; ya no se trata de la unión de dos falsos dioses, sino del matrimonio de dos verdaderos mendigos que, con las manos entrelazadas, esperan el don gratuito que les llega desde un Cielo inaccesible.

Gustave Thibon: Nuestra mirada ciega ante la Luz.

lunes, 23 de enero de 2017

EL SENTIDO DE LA NAVIDAD


    Intentaré resumir el contenido de los siete artículos que publicó Cesar Nombela en el periódico ABC con ocasión de las fiestas navideñas, los años 2006, 2007, 2008, 2009, 2011 2013 y 2016, en las secciones “Dimes y diretes”, “Al día”, “Análisis” y "Kiosko y Más", con los títulos:

2006: Madrid navideño
2007: Luz
2008: Nacer, vivir, renacer
2009: Promesa cumplida
2011: Renacer de la esperanza
2013: Misterio liberador
2016: Navidad, noticia y mensaje

En ellos se sostienen las tesis que formulo a continuación. Entre paréntesis figura el año del artículo que se cita.

1.- El fondo de cada ser humano consiste en una pregunta radical e insistente (2008) sobre su propia existencia, que no recibe respuesta plena con la identidad individual y colectiva que vamos construyendo durante nuestras vidas. Por eso, el sentido último de la vida es un misterio (2008) que no se alcanza a descifrar.

2.- La razón no tiene capacidad de poseer la realidad total (2011), y por eso su ejercicio se fundamenta siempre en una creencia. Para la ciencia este axioma máximo (2007) es que la realidad no trasciende la materia y se agota en ella. Consecuentemente, el único método para alcanzar la verdad es la experimentación, o, en la vida diaria, alcanzar el grado más alto de satisfacción que sea posible mientras ésta dure.

3.- Esta creencia no resuelve el misterio de nuestra vida, que está hecha de ansias de infinito (2011). Para ello es necesario ampliar el alcance de la razón (2007), y acceder a una dimensión trascendente de la realidad que encuentre correspondencia con nuestra verdad íntima (2011): “somos parte de una realidad abierta a la trascendencia” (2009). La razón es instrumental en el despliegue de nuestra vida en un Cosmos inmanente, frente al potencial del corazón (2013) que clama por la aclaración de su Origen y por “encontrarse con el Absoluto que le justifica y libera” (2013).

4.- Se propone como alternativa la creencia en Jesús, el hombre-Dios que nació en Belén en el instante eterno (2006), quien con su vida y su palabra nos revela esa realidad sobrenatural -trascendente al mundo-, que cambia el sentido de la historia y de nuestras vidas (2007) si nos unimos a Él, pues nos revela nuestra condición de hijos de un Padre eterno, frente a las inhóspitas indagaciones de la ciencia (2009) y la superficialidad de una vida exclusivamente regida por la razón instrumental. Esta alternativa implica “la proclamación del amor como sentido y razón de nuestra existencia” (2007).

5.- A estas proposiciones se siguen los siguientes corolarios si se opta por el nuevo sistema de creencias que celebra la Navidad:

a) El de la esperanza: “Navidad de la esperanza en la liberación (…) de todo lo que le ata, de fuera y de dentro. Naturaleza transfigurada (…)” (2006).
b) El de “una Humanidad que comparte un destino común (…) al aceptarnos parte de una creación que puede ser redimida” (2008), pues “la lógica del amor a todo hombre que viene a este mundo cobra su verdadero fundamento” (2011).
c) El de la necesidad de seguir a Jesús: “su camino, su vida, su verdad se tornaron en camino, verdad y vida para nosotros” (2011).
d) El de un nuevo sentido de la experimentación, porque “buscar la verdad es comenzar a encontrarla” (2011) y “en esa búsqueda está ya el comienzo del hallazgo” (2008).
e) El de un nuevo sentido del tiempo, inaugurado con el nacimiento de Jesús en el “instante eterno” (vid. supra), que convierte el instante fugaz entre el antes y el después en el que se despliega nuestra vida caduca, en un pausado presente con resonancia eterna.

miércoles, 4 de enero de 2017

LA CARNE CONTIENE LA HERIDA




No hay herida sin carne, y la herida amenaza a la carne, que no puede desprenderla de cuajo sin causar una herida mayor. Carne y herida son una unidad en la que pugnan un principio de vida frente a un principio de muerte y destrucción. Si la herida crece, la carne muere y la herida se extingue, porque la herida es de la carne. Si la carne resiste, la herida sana y la carne revive. La herida es suya –de la carne-, y para sanarla ha de integrarla, cuidarla y amarla para que remita. Si la carne odia la herida, se odia a sí misma.

Coda para el creyente: Esto hace Jesús con nosotros. Somos sus heridas, y nos asume como parte suya, sanándonos con la fuerza del amor que nace de su vida divina.