martes, 9 de agosto de 2016

CONSULTA CON EL PSIQUIATRA

Buenos días,

Vengo a contarle una cuestión muy imprecisa que me ha venido ocurriendo últimamente. La traigo redactada en un papel, para leérsela, porque el esfuerzo de ponerla por escrito creo que me ayudará a explicarla con más rigor que charlando.

Se trata de discernir el sentido de una experiencia interna, que se inició hace unos años, y que no solo perdura, sino que se va consolidando con cierta independencia de mis intenciones, manifestándose inesperadamente con más o menos intensidad, como si tuviera vida propia. Digo con “cierta” independencia porque yo hago todo lo posible para secundarla y no perderla, ya que, igual que la recibí con sorpresa, como algo que me llega de fuera, temo que pueda desaparecer, en cuanto que no puedo decir que sea estrictamente “mía”.

No quiero perderla porque es como una “presencia” interna muy benéfica en mi vida. Cuando la pierdo (generalmente si ando azacanado en la actividad diaria, o intranquilo solucionando asuntos) reacciono o actúo como suele ser habitual: cabreándome cuando las cosas no salen según lo previsto; protestando frente a injusticias o agresiones de otros; dejándome dominar por la tendencia a la comodidad; escapando a todo trapo del dolor físico o moral, o buscando consuelos marginales. En fin, cuando la pierdo me encuentro de lleno en el ámbito del esfuerzo ascético, se podría decir, en el que he sido adiestrado desde mi más tierna infancia. Por lo que le cuento a continuación, esta vida esforzada por conseguir los objetivos que me voy proponiendo la veo ahora como una lucha estéril -para salir del empantanamiento en el que parece que a veces está sumida mi existencia-, con la ilusoria pretensión de llegar a la “perfección” o alcanzar la felicidad.

Al contrario, cuando vuelvo la mirada a esa “presencia” interna de la que le hablo, me convierto en un hombre paciente, fuerte, pacífico, templado, alegre, y, sobre todo, valiente: ¡muy valiente!, porque dejo de temer incluso a la misma muerte. La llego a ver como si fuera la última aventura -y la más apasionante- de mi vida, llegando a desearla para alcanzar, con ella, la “presencia” genuina, plena y sin mengua alguna, de la cual ésta que tengo ahora, tenue e intermitente, creo que trae su origen.

No puedo darle otra explicación, que, como ve, no identifica ni define nada. Solo puedo hablarle de una especie de “fuerza interna” que no sé de dónde proviene, que, de hecho, está cambiando mi vida y mis relaciones con los demás a mucho mejor que antes.

Es una experiencia tan radical que me mueve a concentrar toda mi energía intelectual y vital en investigarla y cultivarla. Todo lo que constituye mi vida y mi identidad, a lo que he dedicado mi esfuerzo (profesión, familia, amistades, bienestar físico y moral, etc.), tiene ahora un valor muy relativo, ligado a su caducidad, debido a la conciencia de esta “presencia” primordial en mi interior. Parece ser la única consistencia de una vida que promete ser inmortal. El mayor bien para mí ahora sería prescindir de todo para ganar esta “presencia” sin residuo y para siempre. Me parece que ésta es la única verdad: mi verdad, que, además, se me manifiesta como unida a la exigencia de vivir para los demás.

No piense que esta experiencia está asociada a un consuelo sensible o moral, porque, con independencia de que éste pueda existir a ratos, lo que me mueve a ganar y crecer en ella es exclusivamente la inteligencia y la voluntad, aunque tenga que actuar a desgana o con repugnancia de mi sensibilidad o de mis apetencias orgánicas.

Estoy acudiendo a todo tipo de fuentes de conocimiento que me ayuden a desvelar esta nueva vida interna que me invade, y me parece claro que es una manifestación del Absoluto en el alma. Estoy admirado por el sentido de dependencia filial de un misterio sagrado que estoy ganando. Nunca sospeché de la profundidad que puede alcanzar. El Cosmos me parece un templo y la vida un culto. Incluso si veo una foto mía –esto ya es casi delirante- me complazco en mi imagen, pues veo en ella la presencia fulminante de Dios en mi persona, cuando siempre me ha fastidiado la “cara de pan” que tengo.

Los discursos o imágenes del Evangelio que pueda traer a mi consideración cuando medito son una distracción, en relación con el “silencio” con el que puedo “sentir” a Dios. Esto, a lo mejor, es contemplar, lo cual me exige no hacer, pensar o imaginar nada. Pero tampoco sé lo que contemplo, porque no hay objeto, solo una presencia indefinible e inefable. Lo que sí me permite en ciertos momentos tener una relación “activa” por mi parte es la música, como el Christus de Liszt, o también los salmos o himnos que se rezan en la liturgia de las horas. Por otra parte tampoco puedo distinguir la oración de la vida normal, pues cuando estoy activo y mantengo esta peculiar “conciencia” que me trasciende, tengo la certeza de que estoy en comunicación con Dios, mucho más que si estuviera clavado de rodillas como un adorador nocturno.

Otra manifestación es que, si esta fuerza interna me permite desarraigarme de las dependencias sensibles, al mismo tiempo potencia mi capacidad de disfrutar de ellas, al ver en el placer la misma presencia de la bondad de Dios, si Él los aprueba y mantengo el señorío sobre ellos. El simple placer se transforma en un horizonte de gozo. También noto que conformo mi tiempo con el tiempo “real”, que no es otro que el de Dios, pues no me importa nada, por ejemplo, encontrarme en un atasco de tráfico imprevisto que me retrasa una hora o el tiempo que sea. Parece que mi tiempo se ha convertido en relativo a un “tiempo eterno”.

Con esta nueva Luz me he convencido de que es imposible que el espíritu sobresalga de su dimensión de “carne y hueso”, como decía Unamuno, por mucho esfuerzo ascético que se ponga, si Dios no interviene, como parece que está haciendo conmigo.


En fin, de esto es de lo que quería hablarle, porque a veces pienso que me estoy convirtiendo en un “chalado”, y que esto es una demencia como la de si me creyera ser Napoleón. Si Vd. puede decirme algo que me sirva para descifrar esta nueva y alucinante dinámica interna que tengo desde hace algún tiempo, o si, por el contrario, piensa que soy un psicópata, en cualquier caso le estaré muy agradecido.

1 comentario:

  1. Tiene su gracia lo que dices de tu "cara de pan". Ten en cuenta que al mismo Dios en cada Eucaristía también se le pone "cara de pan"...

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