viernes, 30 de agosto de 2013

Discurso de mi amigo Ramiro a su familia en su 53 cumpleaños

            Dejad que os exprese lo que me habéis hecho sentir reuniéndoos aquí para celebrar mi 53 cumpleaños. Lo primero que me viene a la cabeza es el recuerdo de cuando no os conocía a ninguno de vosotros, hace 25 o 30 años, en los que yo era solo un Ramirito que vivía entre otros individuos, en una sociedad anónima, intentando abrirme un futuro profesional en el cual poder vivir con cierta estabilidad y complacencia en mi trabajo. Esa era mi identidad entonces, ser hijo de mis padres y el trabajo, salpicado de unas pocas amistades fuertes entre el ir y venir de los conocidos que iba encontrando según las “pomadas” que frecuentaba.
Ahora, después de esos 25 o 30 años, viéndoos aquí conmigo, me he dado cuenta de que mi identidad se ha transformado radicalmente, y que aquél Ramiro solitario se ha transformado en la suma de todos los que estáis aquí. Todo empezó cuando conocí a Pepiña, una mujer que en poco tiempo empezó a desvelarme lo más profundo de su corazón, y mostrar su complacencia estando solo conmigo. Está novedad me pareció como si hubiera descubierto el sol, y por eso a partir de entonces mandaba huebos cultivarla, aún a costa de mi trabajo o de cualquier otra obligación, pues no dejaba de crecer, iluminando y dándome un calor que me recordaba al familiar, aunque fuera de muy distinta radiación. Y fijaros si creció que, cultivándola, después de unas cuantas cosechas, fuisteis apareciendo, sucesivamente, María, Paula, Carmen y Javier, multiplicando y reforzando la insospechada novedad que, no sé si por azar o por designio de Dios, había encontrado cuando conocí a vuestra madre. La verdad es que esto fue complicando un poco el asunto, y a aquella luz y calor inicial se añadió el sudor. Pero ese sudor, misteriosamente, ha sido hasta ahora un sudor “mágico”, porque ha ido disminuyendo la escasa identidad que quedaba de aquel Ramiro solitario que se encontró con Pepiña, hasta casi anularla por completo.
Por eso os he dicho que ahora me veo como la suma de todos vosotros, y de las pocas amistades fuertes que me quedan después de todos estos años. Y cuando a veces vuelvo a mi antigua identidad, al irme de viaje profesional, aunque me libere un poco del sudor, no tengo más remedio que volver a él sin dilación, porque sólo en él encuentro el calor y la luz espléndida y abundante con la que un día me ilumino esta mujer que está ahora aquí, conmigo.
Pues esto es lo que me habéis hecho sentir con esta celebración, que os agradezco de corazón, porque si ahora soy algo, ese algo es la suma de todos vosotros, y eso verdaderamente es mucho más de lo que merezco.
Os quiere, 
Vuestro papi, Ramiro.

domingo, 18 de agosto de 2013

¿Qué es la metanoia?

Así describe la metanioa Olivier Clément en una conferencia a los monjes de la Abadía de Tamie (Saboya) el 29 de mayo de 1970.

      En nuestra época la asfixia espiritual del hombre se inscribe masivamente en la Historia. En la historia po­lítica es en donde se coloca la sed de absoluto de tan­tos seres que buscan el sentido de su vida en medio de la desinte­gración de la materia y la destrucción de lo que los rodea.
“Este mundo”, decía Isaac el Sirio, no el mundo de Dios sino la ilusión de los hombres, “este mundo es una expre­sión que engloba aquello que llamamos las pasiones”. Las “pa­siones” en el sentido ascético, son la desnaturalización de ese impulso de adoración que constituye la naturaleza profunda del hombre. Si ese impulso no encuentra en Dios su cumplimien­to, irá a devastar las realidades contingentes, idolatrándolas y odiándolas simultáneamente, pues espera de ellas la revelación de lo absoluto, que no pueden aportarle duraderamente (pues todo tiene sabor de absoluto, pero para ser salvado, no para salvar).

“Este mundo”, decía Isaac el Sirio, no el mundo de Dios sino la ilusión de los hombres, “este mundo es una expre­sión que engloba aquello que llamamos las pasiones”. Las “pa­siones” en el sentido ascético, son la desnaturalización de ese impulso de adoración que constituye la naturaleza profunda del hombre. Si ese impulso no encuentra en Dios su cumplimien­to, irá a devastar las realidades contingentes, idolatrándolas y odiándolas simultáneamente, pues espera de ellas la revelación de lo absoluto, que no pueden aportarle duraderamente (pues todo tiene sabor de absoluto, pero para ser salvado, no para salvar).

El hombre quiere esperarlo todo de una clase, de una nación, de una ideología, del arte, del amor humano. Quiere olvi­dar la nada que actualmente lo sumerge todo, ampliando su pri­sión por la voluntad de poder, por una ternura desesperada, las drogas, las técnicas de éxtasis. Se desplaza furiosamente en la in­manencia, cambiando de tierra prometida, terminando por gri­tar ¡Viva la muerte!, desdoblándose, disgregándose, en un jue­go fatal de espejos, hasta que surja, como en las novelas de Dostoievski, el alter ego diabólico, el “doble” luciferino. El hom­bre se convierte en “idólatra de sí mismo”, dice Andrés de Creta en su canon penitencial, y en el fondo de esta idolatría, está el odio de sí, la nostalgia del aniquilamiento, el vértigo hela­do del suicida. Es lo que Máximo el Confesor llama la philautia, principio y madre de todas las pasiones, que es, traduce Vla­dimir Lossky, ipseité luciferina, replegamiento del mundo y de los otros hacia sí, curvatura del mundo alrededor de sí, dila­tación de la propia finitud en la inmanencia, hasta que el odio y la muerte tengan la última palabra. Ciclos sin fin de deseo, o Eros ligado en parte con Thanatos. Impulso de ser que hace sur­gir la nada. Título banal de la crónica judiciaria: “La amaba de­masiado y la asesiné”.

La metanoia es la revolución copernicana por la que tomo conciencia de que el mundo gira, no ya alrededor mío y de la nada, sino de Dios-Amor, del Dios hecho hombre, que me pide y al mismo tiempo hace posible que “ame al prójimo como a mí mismo”. La metanoia me hace tomar conciencia de las ramificaciones del árbol de la na­da, en mi propia vida como en la historia íntegra de los hom­bres. No se trata de una culpabilización mórbida alrededor de una concepción fariséica del pecado, sino de una toma de con­ciencia de ese estado de separación, de “vida muerta”, de exacerbación de la nada, estado en el cual somos realmente “culpables por todo y por todos”.

Entonces comprendo lo que han sido, en todo su insospechado alcance, mis verdaderos pe­cados. Entonces también el arrepentimiento precede al pecado, un pecado que, probablemente, no será cometido materialmente jamás. Basta pensar en las palabras de Cristo cuando se le lleva a la mujer sor­prendida en flagrante delito de adulterio, a quien la ley ordena lapidar: “Que aquellos que jamás pecaron arrojen la primera pie­dra”. Y todos se alejaron. Cristo ha recordado simplemente la universalidad de ese estado de separación que se encontraba de algún modo concentrado en el destino de esa mujer. La metanoia desaloja a las potencias deífugas, el “doble” demoníaco, del “abismo” del corazón, obligando a los demonios a objetivarse haciéndolos exteriores y aplastándolos por la fuerza de Cristo vencedor de su “príncipe”, por la fuerza del principio triunfador sobre el infierno y la muerte.