lunes, 8 de abril de 2013

El "hombre empírico"

       Acabo de pasar unos días en la hospedería del monasterio de El Paular, en Rascafría (Segovia), intentando vivificar los radicales de Dios que llevo en el alma, y, por si me caía la Gracia de descubrir otros nuevos. En la alternancia de convivencia y silencio con los monjes del cenobio me resultó curiosa la distinción entre el hombre “empírico” y el hombre “interior”:
  1.    Hay hombres que dedican su energía vital a la conquista “exterior” de riqueza, honor, placer o poder. Son hombres que viven volcados en los procesos “empíricos” que alientan su existencia física, sin ver otra cosa que no sea su vida sensible en el cosmos material y social en el que viven. Dios creador figura, a lo sumo, como una mera “hipótesis” de todo lo que hacen, pero el auténtico sentido de sus vidas es conquistar esos bienes empírico-caducos que he mencionado. Su razón se consuma en el límite de lo corpóreo-material, como el recurso al alcance para abundar en el refinamiento del placer, o para acumular sin restricción honor, riqueza o poder. El pensamiento es una simple “función” de una aspiración que parece infinita, pero sin potencial para culminar en su plano.
  2.    Hay otros hombres que encuentran el sentido de sus vidas en la introspección de su “interior”. El pensamiento es el ámbito en el que despliegan su energía vital, con el afán de superar el “límite” de un conocimiento banal de una vida volcada en lo empírico-corporal, que está llamada a terminar sin dejar otro rastro que no sea el polvo y el recuerdo. En su razón misma es en donde buscan satisfacer la plenitud a la que aspiran, como término infinito y atemporal en el que poder descansar. Dios deja de ser para ellos una “hipótesis” –solo verificable a través de milagros como los del Evangelio- para llegar a ser el conocimiento cierto de una “realidad” que habita en ellos como el único horizonte que merece conquistar.