domingo, 27 de enero de 2013

EL ASOMBRO. LA ADMIRACIÓN


En una reciente reunión de amigos comentamos el libro El sentido del asombro, escrito por Rachel Carson (1907-1964), inspiradora del ecologismo moderno. Os transcribo un texto del Prof. L. Polo que se refiere a este sentimiento, que surge al descubrir el misterio que se manifiesta en el conocimiento de la naturaleza.






            El asombro tiene que ver con el encuentro con la verdad, que puede acontecer de muchas maneras. Hay entonces como una incitación, una admiración ante la apreciación de la novedad. Es algo así como un estreno, y entonces se llega a decir: la he encontrado, pero todavía no la he enunciado. De pronto me encuentro desconcertado ante una realidad que se me aparece, inabarcada, en toda su amplitud. A ese estreno se añade el ponerse a indagar en aquello que la admiración presenta como todavía no sabido. Ello reclama cierta ingenuidad, sinceridad de vida, no admitir la mentira en uno mismo, y pone en marcha al sujeto que busca la verdad para poder servirla. El asombro, la admiración, no es la posesión de la verdad, sino su inicio. El que no admira, no se pone en marcha, no sale al encuentro de la verdad.

En nuestra época parecemos acostumbrados a todo: no nos damos cuenta de cuán espléndido es lo nuevo. Asistimos a muchos cambios; sin embargo, sólo son cambios de moda, de modos: este sentido de lo nuevo tiene que ver con lo caleidoscópico; no son novedades reales, sino recombinaciones. Hoy se arbitran múltiples procedimientos para llamar la atención de la gente, para que el público pique. Estamos solicitados por muchos estímulos, por muchas llamadas vertidas en los trucos publicitarios.

La admiración no tiene nada que ver con esto. No es el llamar la atención utilizando procedimientos propagandísticos. No es una cuestión de imagen. La admiración no es la fascinación. Fascinada, la persona es manejada por intereses ajenos y particulares, pero la búsqueda de la verdad es una actividad del hombre libre que exige ponerse en marcha desde dentro, ser activo. Ante la publicidad uno es pasivo: con ella se intenta motivar e inducir. La admiración es el despertar del sueño, de la divagatoria, pues desde ella se activa el pensar para descifrar algo insospechado, pero no ajeno.

En la época del triunfo de la publicidad hablar del asombro exige ciertas precisiones. Casi siempre, lo que se nos pide hoy no es admiración, sino una especie de suspensión estática del ánimo ante lo que no es más que una exhibición. La admiración es menos pretenciosa. Cuando se admira no aparece lo brillante, sino un resplandor todavía impreciso. En ella la excelencia no se exhibe, sino que más bien se oculta. Admirarse es como presentir o adivinar: un anticipo, no débil, sino pregnante, pero sin palabras. No es una incitación al éxtasis. El extático es el que se queda como alelado, y sólo sabe salir de sí (ex-stare); es una especie de emigrante a otra cosa. En cierto modo, se trata de un desarrollo de la admiración, pero no completo, sino unilateral; la admiración no es sólo una invitación a ir por algo, sino a erguirse.

Ese carácter indeterminado que tiene la admiración se refiere tanto al objeto como a uno mismo, a los propios resortes que tendrían que responder a lo admirable, pero sin acertar a saber todavía cómo. Hay una imprecisión en la admiración que hace difícil su descripción psicológica. Hay una clara ignorancia ante lo admirable o admirado, que no se muestra patentemente, pero a su vez, tampoco el hombre sabe qué recursos humanos debe poner en marcha para penetrar o hacerse cargo de lo admirable. Ahora bien, esa indeterminación no comporta inseguridad, sino todo lo contrario. Lo que no comporta es certeza, porque lo admirable no es un predicado ni admite predicados. Y eso quiere decir que es una situación sin precedentes; no es un proceso cognitivo típico. Cuando uno se admira es como si “cayera” en la admiración: el asombro se experimenta por primera vez porque antes de admirarse uno no sabía que se podía admirar.

Con estas indicaciones estoy intentando conducir descriptivamente a la admiración. Hay quien todavía no ha tenido la suerte de caer en ella, sino que se admirará en otro momento de su vida. Digo suerte porque esto no tiene explicación lógica, ni depende de condiciones manejables, como ocurre con el saber práctico.

El saber práctico no es admirable, ocupa nuestra atención, pero sabemos de qué se trata. El hombre desempeña un “rol” en la sociedad según sus aptitudes. Pero en la admiración lo práctico se deja de lado. Con la angustia pasa igual: es “aquello” respecto de lo cual no sé cómo comportarme. La angustia es un no saber qué hacer, pero no saber qué hacer hasta el punto que no tiene sentido ni el preguntar qué hago. Por eso la angustia no es psicológica, sino la pura suspensión del saber comportarse. El que se admira de esta manera nota una falta de conveniencia en lo práctico: lo admirable no se maneja. Por eso en las culturas pragmatistas la admiración puede aparecer patéticamente como angustia. La angustia es el sentimiento de los sentimientos, aquello en nosotros que se corresponde con la insuficiencia de cualquier práctica.

La admiración lleva consigo un descubrimiento inicial: se cae en la cuenta de que no hay sólo procesos. Pero la ausencia de proceso ¿qué es? ¿Qué es lo admirable? Lo estable, o si quieren, la quietud. Dicho más rápidamente: lo intemporal. Caer en la admiración es caer en la cuenta de que no sólo entra en juego el tiempo; al admirase se vislumbra lo extratemporal, lo actual. Esto es lo que tiene de acicate la admiración. No sólo existe el movimiento, no sólo existe el tiempo, no todo es evento, proceso, sino que se da, hay, lo actual, lo que no está surcado por ninguna inquietud. La advertencia de lo estable es lo asombroso. ¿Es poco descubrimiento? No es un descubrimiento acabado, pero caer en la cuenta de que no todo pasa, no todo fluye, que no todo es efímero, eso es admirar. La admiración solamente es posible si hay algo que se mantiene, y por eso es subitánea, no está preparada temporalmente. Lo temporal no es admirable; porque nos trae azacanados y nos gasta, es el reino del gasto. La admiración nos libra del imperio tiránico del tiempo: lo más primario, el fundamento de lo real no es temporal.

Esto constituye el centro de la admiración y lo que tiene de milagro. Lo prodigioso es que no haya sólo tiempo. Desde que el hombre nace, sus vivencias están trenzadas y vertidas en la temporalidad. El saber práctico es temporal, se refiere a lo contingente, a lo que puede ser de una manera o de otra. También lo proposicional tiene que ver con el tiempo, porque el perro blanco puede dejar de ser blanco y además ha empezado a serlo.

Caer en la cuenta de que no sólo hay tiempo tiene el carácter de un acicate para saber más. La averiguación de lo intemporal no es de poca monta, y sólo quien se ha admirado lo sabe; si no, puede que lo haya oído, pero no lo sabe. ¡Qué cosa más sorprendente que en la existencia humana, de pronto, se encienda como una luz lo intemporal! El hombre se puede parar, porque admirarse es pararse. ¿Cómo es posible que el hombre se pare si su existencia fluye temporalmente? Y sin embargo, en algunos hombres y mujeres acontece la admiración: han caído en la cuenta de que su vida no sólo transcurre. Esta es la carta fundacional de la filosofía. La filosofía versa sobre cualquier cosa, también sobre el tiempo, pero en su inicio está la admiración, la seguridad de entender esto: ni en la realidad — porque entonces no sería admirable —, ni en mí — porque no podría admirarme —, la inseguridad que comporta el cambio es lo único.

El hombre se dio cuenta de pronto de que había estado dormido. Por eso no tiene nada de extraño que los primeros filósofos llegaran a la conclusión de que el tiempo es irreal, como un sueño. Pensar que sólo existe lo que soñamos es no pensar. Que hay tiempo, decía Parménides, es dóxa, opinión; sólo es verdad lo intemporal, lo eterno. Esto es muy notable. Y precisamente porque se conserva, la filosofía puede continuar. Recuerdo cuando me admiré por primera vez. Fue contemplando el firmamento, y caí en la cuenta: ¡firmamento! Seguramente los jonios también se admiraron así. El firmamento es lo firme.

¿Por qué es admirable el cielo estrellado? Podría decirse que por aquello que sostiene la investigación de Kepler o Newton o Laplace, o de los físicos actuales. De entrada, el cielo comporta la simple sugerencia de que es siempre igual, de que no está sujeto a los avatares terrestres. Incluso las antiguas representaciones, anteriores a la filosofía, se sentó la tesis de las estrellas fijas: están como tachonadas o clavadas en la bóveda celeste. Eso tiene que ver con la admiración, aunque todavía no lo es, porque ésta surge cuando un hombre se detiene, se para ante ello, y dice: ¡no sólo existe el tiempo! Entonces me encuentro ante lo más digno de ser tratado: aquello de lo que sin excusas he de ocuparme.

La admiración despierta una especie de vocación, pues al caer en la cuenta de que no existe sólo lo temporal, aquello a lo que tengo que dedicarme es lo intemporal, ya que si lo intemporal no existiera, y en mí no hubiera nada intemporal, me reduciría a ir pasando. Podría, en todo caso, sacralizar lo intemporal; pero esa actitud religiosa no es la admiración. Cuando se habla de “firmamento”, se alude a algo que incluso desde el punto de vista semántico connota la solidez: lo que tiene la suficiente consistencia para mantenerse, de manera tal que el tiempo pasará, pero a él no le toca: no es afectado por el tiempo.


En griego, verdad se dice alétheia. Se ha discutido mucho sobre esta palabra. La primera alfa es privativa; muchos han opinado que lethos tiene que ver con ocultar: alétheia sería el estado de no oculto, lo manifiesto, lo desvelado, lo des-cubierto. Con todo, no es seguro que sea éste el verdadero sentido de la palabra. El filólogo francés Benveniste sostiene que lethos tiene que ver con olvido. Según esto, la verdad es lo que se salva del olvido, lo que no cae en el pasado. Pues bien, aunque estas dos opiniones sobre el significado propiamente griego de alétheia son valiosas, la segunda tiene que ver en directo con la admiración. La verdad es lo que, al mantenerse en presencia, no se sume en el tiempo, y, por tanto, no cae en el olvido, porque no “pasa”, no se va.

Pues bien, si existe la verdad, uno se da cuenta inmediatamente de que no es mero espectador de ella, sino que, para tener que ver con ella, ha de ser capaz de verdad. Si existe lo intemporal, algo en mí es intemporal. Si existe la verdad, existe el alma humana; el hombre tiene alma. Esto quiere decir que en el hombre hay algo constante, consistente, algo que puede estar en el tiempo, pero que en sí mismo no es temporal. Psykhé es lo estante en el hombre. La vida está en el movimiento, y por tanto es un trozo de tiempo; pero hay algo en el hombre que, estando en el tiempo, no es temporal, y eso es el alma. El alma es ante todo lo que permite al hombre una correspondencia con la verdad. Por tanto, el alma humana es intelectual; el hombre es el animal dotado de razón, un viviente con noús. La mejor traducción es mens, mente (mens tiene que ver con mensura; puede medirse con lo estable, porque la mente misma es estable).

Así pues, la admiración no se desarrolla en una sola dirección, sino en dos. Una dirección, según la cual la realidad es estable y verdadera; y otra, en la que el hombre sabe que su interior también es estable, y que esa estabilidad le permite corresponderse con la estabilidad de lo real, y por tanto, entenderla. Así conectamos con la sentencia de Parménides: pues lo mismo es pensar y ser. Es una primera formulación de la admiración; ese “lo mismo” quiere decir, en último término, que lo estable en el hombre coincide, es abierto a la verdad del ente; por eso, a la metafísica también se le puede llamar ontología, estudio del ser y del pensar. En la sentencia “lo mismo es pensar y ser” tenemos la primera formulación de los frutos de la admiración, que son una conquista del humanismo.

Platón no estaba por completo de acuerdo con Parménides, y dice que comete un parricidio al criticarlo, pues era uno de sus maestros. La sentencia de Parménides “lo mismo es pensar y ser”, es demasiado sumaria. Hay que seguir investigando el ser, y también el pensar hacia sus raíces humanas, metiendo en danza la realidad que somos. Platón, que es muy acertado en algunas de sus formulaciones, Considera que la realidad en su última instancia, eso que se llama el fundamento, es el bien, lo agathón. El bien, dice Platón, es inseparable de lo bello: kálon ágathon. Lo bueno es bello. Filosofar acerca de lo bello-bueno es una actividad más oréctica que sapiencial, que pone en juego la capacidad amorosa humana; por eso habla Platón de engendrar en la belleza. La realidad no solamente está ahí, sino que el hombre se clava en ella, se vierte según un afán que, como energía, es generativo, y esto es sublime. Sin embargo, Platón no alcanzó a ver que el bien, él mismo, es también amor. Tampoco lo vio Aristóteles, pues lo entiende como fin.

Si lo admirable se me ha mostrado conservando su carácter de admirable, entonces se puede decir que es bueno. La caracterización platónica no es incorrecta: si es admirable, es bueno, y si es bueno, se mostrará como bello, de manera que es lo mismo decir aparecer el fundar que decir bello-bueno. La realidad, en definitiva, lo fundamental, aquello de lo que todo depende, lo que es eterno, y más que presente o actual para el pensar, es lo bello-bueno. Parménides lo dice de manera velada: el ente es eukúklos, el ente es perfecto o bellamente circular. Platón no lo podría decir si no interviniera el eros, es decir, si no estuvieran despiertas las ansias humanas, si el que se admira no encauzara su impulso con la admiración y no continuara admirándose según eso impulso. Lo bueno me afecta hasta tal punto que ahora puedo cambiar la fórmula de Parménides “lo mismo es pensar y ser”: al no despegarme de la admiración, la convierto en invocación y me elevo hasta el afán de engendrar en la belleza. Lo admirable tiene que ser bello y bueno, si sigo admirando; lo que Parménides llama noús, en Platón es un no dejar de ser tocado en las fibras del alma (como si el alma fuese un arpa). El parricidio aludido es inevitable.

¿Y qué es engendrar en la belleza? Expresarla, crear la obra de arte, es decir, repetir la belleza de tal manera que mediante el eros quede plasmada y éste alcance a hacerle un presente. Yendo un poco más allá de Platón, hay que decir: desde este punto de vista, la filosofía sería el canto. Pero se puede cantar el bien si uno inventa la canción que lo devuelve al ser, esto es, si se inventa la canción del ser. ¿Qué es la canción del ser? Por lo pronto, el noús, no el eros, es decir el acto con el cual yo saco a la luz el ser, con el que soy capaz, por así decir, de recrearlo como verdadero y como bueno. Pues el bien no es lo primero, sino lo tercero y sólo así el amor es también un acto, y no sólo deseo. Primero he de rendirle a la verdad ese homenaje que se llama cantar. Desde aquí engendrar en lo bello es más que hacer brotar la obra de arte, pues el poema es más que una obra de arte. Por eso, algunos de los descubridores de la realidad son poetas; lo que permanece a pesar del tiempo es dicho por los poetas (Hölderlin). La filosofía de Parménides está escrita en un poema.

Así pues, los filósofos griegos buscan el equilibrio, no siempre logrado, entre el despliegue temático y las dimensiones más altas del hombre. Admirar: contemplar, amar. El verdadero amante trata de encontrar la expresión exacta, el símbolo esencial, que es más que mímesis. Si un hombre se enamora de una mujer, debe encontrar la forma de decirla. El amor se anda con contemplaciones, y la contemplación cuaja en un largo poema. Y la mujer no es la ninfa Eco de Narciso.

La admiración es fructífera, con ella se encuentra la realidad y las energías humanas son desplegadas: la realidad es verdad y eso quiere decir que hay noús; la realidad es buena y eso quiere decir que hay amor; ¿y sin amor a la realidad, a la verdad, qué querría decir filosofar? La filosofía compromete al existente, que en ese compromiso descubre que es amante en estricta correlación con que el ser es bueno; descubre su capacidad de cantar, de expresar. Se descubre que el existente es locutivo: que no es un estúpido. Porque estúpido es el estupefacto: el que se desvía de la admiración, tampoco descubre nada en sí mismo. Las conquistas del asombro y la admiración no son poca cosa. Las presento aquí de una manera, valga la palabra, intuitiva.

Este debió ser el asombro que despertó en Rachel Carson su pasión por la naturaleza: el misterio que hay detrás de la fuerza de las olas, del ruido del viento, del olor después de una tormenta, de la oscuridad de la noche, acompañada en sus paseos por los bosques y el mar de Maine con su joven sobrino, que reaccionaba como si todo le perteneciera, como se dice en el prólogo de este bello libro.

sábado, 5 de enero de 2013

¿Qué es el Derecho? en la Red


¿Se reduce el Derecho a un conjunto de leyes?
¿Qué relación tiene el Derecho con la justicia?
¿Podemos estar todos de acuerdo sobre lo que es justo?
¿El Derecho forma parte de la moral?
¿Se incluye el Derecho en el campo de la acción política?


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miércoles, 2 de enero de 2013

Tienes que servir (Bob Dylan)


Gotta Serve Somebody

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  1. Puedes ser el embajador de Inglaterra o Francia,
  2. puede que te guste jugar, quizás te guste bailar,
  3. puedes ser el campeón del mundo de los pesos pesados,
  4. puedes ser una famosa con un largo collar de perlas.
  5. Pero vas a tener que servir a alguien, de verdad que sí,
  6. vas a tener que servir a alguien,
  7. Bueno, puede ser el diablo, o puede ser el Señor,
  8. pero tú vas a tener que servir a alguien.
  9. Puedes ser un adicto al Rock pavoneándose en el escenario,
  10. puedes tener drogas a tu disposición, mujeres en una jaula,
  11. puedes ser un hombre de negocios 
  12. o algún ladrón de gran clase,
  13. puede que te llamen doctor, o puede que te llamen jefe.
  14. Pero vas a tener que servir a alguien, de verdad que sí,
  15. vas a tener que servir a alguien,
  16. Bueno, puede ser el diablo, o puede ser el Señor,
  17. pero tú vas a tener que servir a alguien.
  18. Puedes ser un policía estatal, o un ambicioso profesional
  19. puedes ser el director de alguna gran cadena de TV,
  20. puedes ser rico o pobre, puedes estar ciego o cojo,
  21. puedes estar viviendo en otro país, bajo otro nombre.
  22. Pero vas a tener que servir a alguien, de verdad que sí,
  23. vas a tener que servir a alguien,
  24. Bueno, puede ser el diablo, o puede ser el Señor,
  25. pero tú vas a tener que servir a alguien.
  26. Puedes trabajar en la construcción construyendo una casa,
  27. puede que vivas en una mansión, o quizás en una cúpula,
  28. puede que tengas pistolas, o puedes tener incluso tanques,
  29. puedes ser el casero de alguien, 
  30. puede que tengas incluso bancos.
  31. Pero vas a tener que servir a alguien, de verdad que sí,
  32. vas a tener que servir a alguien,
  33. Bueno, puede ser el diablo, o puede ser el Señor,
  34. pero tú vas a tener que servir a alguien.
  35. Puede que seas un sacerdote con tu orgullo espiritual,
  36. puedes ser un concejal poniendo sobornos aparte,
  37. puede que trabajes en una barbería,
  38. puede que incluso sepas cómo cortar el pelo,
  39. puedes ser la señora dama de alguien
  40. puede que el heredero de alguien.
  41. Pero vas a tener que servir a alguien, de verdad que sí,
  42. vas a tener que servir a alguien,
  43. Bueno, puede ser el diablo, o puede ser el Señor,
  44. pero tú vas a tener que servir a alguien.
  45. Quizás te gustaría usar algodón, quizás te guste llevar seda,
  46. quizás te gustaría beber whisky, quizas beber leche
  47. te gustaría comer caviar, te gustaría comer pan,
  48. puede que duermas en el suelo, 
  49. que estés durmiendo en una cama tamaño "king size".
  50. Pero vas a tener que servir a alguien, de verdad que sí,
  51. vas a tener que servir a alguien,
  52. Bueno, puede ser el diablo, o puede ser el Señor,
  53. pero tú vas a tener que servir a alguien.
  54. Quizás me llames Terry, quizás me llames Timmy,
  55. quizás me llames Bobby, quizás me llames Zimmy,
  56. quizás me llames R.J., quizás me llames Ray,
  57. puedes llamarme como quieras, pero no importa lo que digas,
  58. vas a tener que servir a alguien, de verdad que sí,
  59. vas a tener que servir a alguien,
  60. Bueno, puede ser el diablo, o puede ser el Señor,
  61. pero tú vas a tener que servir a alguien.

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