La hermana Adriana de Jesús
Sacramentado tiene veintitrés años y lleva seis en clausura en el convento de San José (Ávila).
Antes de pasar
a la entrevista transcribo lo que dijo San Gregorio Nacianceno sobre los monjes
en su Discurso Cuarto en el siglo IV,
con ocasión de la muerte de Juliano el Apóstata, lo cual, como es evidente,
incluye a las monjas de clausura y, consecuentemente, a Adriana de Jesús
Sacramentado:
“Gracias al triunfo sobre sí mismos son
inmortales, libres deseosos descansan en el amor divino, beben el manantial de
la luz que ellos hacen irradiar. Sus salmodias suenan día y noche como coros de
ángeles, sus almas se elevan de sus cuerpos hacia el cielo. Sus lágrimas
destruyen los pecados y purifican la esfera terrestre, y sus oraciones apagan
las llamas, amansan a los animales salvajes, embotan las espadas y hacen
vacilar a las hordas guerreras”.
* * *
—Buenas tardes, hermana Adriana. Para
irnos conociendo, antes de saber qué hace una chica como tú en un sitio como
este, dinos de dónde viene una monja como tú, cómo era tu familia, tu casa...
—En mi casa somos cinco hermanos, de los
que yo soy la mayor. Mi casa era normal, muy estándar. Mis padres son
cristianos, de Misa diaria y de rezar el rosario cada día. Esa fe nos la han
transmitido a los hijos y siempre se han preocupado de que fuésemos a colegios
cristianos, donde se nos diese una buena formación. Eso no nos ha faltado nunca
desde pequeñitos.
— ¿A qué colegio ibas?
—A Montealto. Cuando acabé segundo de
Bachillerato, me examiné de Selectividad y, ese mismo mes, entré aquí.
—Cuando eras pequeña, con ocho o nueve
años, ¿cómo veías eso de que tus padres rezasen tanto?
—Me parecía muy normal, pues era mi familia
y es con lo que crecí. Tanto en casa como en el colegio era lo habitual. No
recuerdo que tuviese cerca de mí a gente alejada de la fe. Pensaba que eso era
lo normal, que todos vivíamos de esta manera. Ya más mayor te das cuenta de que
no, de que la vida no es así en todas partes, pero yo lo vivía con normalidad.
Es lo que recibí y yo era como ellos. De hecho, creo que puedo decir que era
una niña piadosa, pues algunas veces les acompañaba a Misa entre semana; si iba
con ellos en el coche y ellos lo decían, rezábamos el rosario, y por la noche
nunca nos faltó la oración con ellos. Recuerdo que mi padre tenía una costumbre
preciosa, y es que nos bendecía cuando nos íbamos a dormir haciéndonos la señal
de la cruz en la frente. Para mí era mi ambiente y ni me llamaba la atención ni
me creaba rechazo, porque es donde he crecido.
—A medida que vas creciendo, cuando
tienes diez u once años, ¿sentiste alguna vez un atractivo fuerte por la vida
de fe, tanto como para pensar en ser monja?
—Sí. Yo, de pequeñita, ya dije una vez
que quería ser monja.
— ¿Y eso?
—Bueno, no soy tímida, y digo las cosas
según las siento. Lo que ocurrió es que una vez en la parroquia nos preguntaron
a un grupo de niños qué queríamos ser de mayores. Uno dijo que bombero, otro
futbolista, y así. Yo contesté que monja. Eso mi madre lo cuenta muchas veces,
porque, claro, no es muy normal... Lo que pasa es que lo dije lo mismo que
cuando una niña dice que quiere ser princesa. Mis padres pensaban que se me
pasaría de mayor, que era una cosa de niñas o algo así.
— ¿Qué contestabas tú si entonces te
preguntaban qué era ser monja?
—Que era estar mucho tiempo con Dios.
Tenía unos siete años. No había hecho la Primera Comunión. Pero conforme me fui
haciendo mayor, eso se me fue pasando.
— ¿Por qué decías que querías ser monja?
—No lo sé. No lo recuerdo. De hecho,
nunca había tenido contacto con monjas.
— ¿Nunca?
—No, nunca. Mi colegio era católico, pero
no era de monjas. Tampoco recuerdo conocer la vida de ninguna santa como santa
Teresita o santa Teresa. Ahí yo veo que fue algo que Dios me puso en el
corazón, porque en mi casa es verdad que se rezaba mucho, pero contacto con
monjas no había. Lo normal es que hubiese querido casarme, ser madre y eso, que
era lo que veía en mi casa, pero lo de ser monja tuvo que venir de Dios, pienso
yo.
— ¿Tampoco viste nunca alguna monja en la
tele?
—Tan pequeña, no. Más tarde sí, aunque
tan temprano lo único que recuerdo es haber visto una película de Juana de Arco
y me impresionó mucho ver a una santa guerrera, pero eso no tiene mucho que
ver con una clausura, ¿no?
—No lo sé ¿Eras guerrera en tu casa?
—Pregúntaselo a mis padres...
—Cuéntamelo tú.
—Sí que lo era. Trato siempre de salirme
con la mía. Soy la mayor y procuraba que todo fuese como yo quería. Así que
imagínate... Guerrera para lo malo, pero también para lo bueno.
— ¿Cómo se te fue pasando ese deseo
infantil de ser monja?
—Se me fue olvidando. Según iba
creciendo, pensaba en formar una familia como cualquier chica de mi entorno.
Con catorce años, me planteé qué quería Dios de mí, y la posibilidad de que me
llamase a una vida de particular entrega a El. Conocía el Opus Dei, y pensé que
ese podría ser mi camino. Desconocía aún otras realidades de la Iglesia. Hablé
con una amiga mayor para que me orientase y ella me paró los pies, me aconsejó
que esperase, que rezase, porque ella pensaba que si Dios me pedía algo, me
pediría todo. Recuerdo la frase que me dijo: «Dios contigo, o todo o nada».
Volví a mi casa y hablé con mi padre. Tenía mucha confianza con él para estas
cosas. Él me repitió lo mismo, que si Dios quería algo de mí, me pediría más
que eso.
— ¿Te molestó que te parasen los pies?
—En realidad no me molestó, porque no es
que yo quisiera ser del Opus Dei. Simplemente me planteé la posibilidad de ser
de Dios, y ese era el único medio que conocía.
—Entonces, ¿cómo conociste este Convento
de San José?
—Después de aquella conversación con mi
padre, vinimos un día con un sacerdote amigo de la familia que conocía este
convento. Mi padre había hablado con él y pensaron que tal vez me vendría bien
saber algo más, por lo que organizaron una excursión. ¡Pero sin saber que era
por mí! Así fue como visité por primera vez este Carmelo.
— ¿Cuántos años tenías?
—Catorce.
— ¿Qué recuerdas de aquella primera
visita a este locutorio?
—Al principio asusta, porque entras aquí
y está a oscuras. Nunca has visto la reja en la pared y piensas que es una cosa
muy rara. No sé si por las películas o por lo que te cuentan, pero yo pensaba
que iba a encontrarme con un montón de monjas serias y viejas, que no se les
vería la cara, que hablarían muy bajito. Y me acuerdo de que nos sentamos con
expectación. De repente, en ese silencio y con un poco de tensión, al otro lado
de la reja empezamos a oír pasitos. Eran las hermanas que estaban llegando. Se
oían también risitas y voces jóvenes. Al abrirse la reja, estaba toda la
comunidad sentada. Eran alegres, normales, que te miraban a los ojos cuando
hablaban sin ocultar nada. Todo lo contrario. Nos contaron anécdotas divertidas
e incluso nos cantaron alguna canción. En fin, fue romper un poco el prejuicio
que yo traía y que tanta gente desecharía si las conociese. Creía que había
una seriedad impuesta, que todo era oscuro...
No sé, lo que te venden fuera sobre lugares como este. Pero luego llegas
y te llama mucho la atención la alegría que se vive aquí. No sé, cuando vienes
te imaginas que las monjas son un poco raras. Quizá eso era lo que yo pensaba.
—A la edad de catorce años, ¿tenías
pensado ya qué ibas a estudiar?
—Pensaba estudiar Magisterio,
especializándome en Educación Especial, para ayudar a las personas con
síndrome de Down. Era la idea que tenía. Pero el primer día de estar aquí, ya
pedí plaza.
— ¿Tan pronto?
—Sí, ese día.
— ¿Cómo es posible?
—Conocer a las hermanas fue un golpe
fuerte para mí. Recuerdo que mis hermanos estaban impactados por la novedad o
la sorpresa, pero yo sentía algo dentro. Fue un golpe interior. No paré de
llorar en toda la visita. No sé por qué. Me contaron cómo vivían aquí, el
horario, la pobreza en la que viven..., cosas sencillas, nada extraordinario.
—Ya, pero ¿por qué llorabas? ¿Te daban
pena o algo así?
— ¡No, qué va! ¡Eran muy alegres!
Recuerdo que todo me removía y yo lloraba. Es una reacción que no puedes
explicar. No sé. A mí muchas veces me salen las lágrimas como expresión de algo
interior. No es dolor ni pena. La cosa es que cuando llegué a mi casa escribí
una carta a la madre priora en la que le dije: «Madre, rece mucho por mí,
porque si Dios me llamase, yo quisiera ser carmelita». Ella me contestó muy
cariñosa que sí, que iban a rezar mucho por mí, pero me dejó claro que si
finalmente quería ser carmelita, tenía que seguir estudiando, porque aún era
muy pequeña. Tenía catorce años y debía tener, al menos, diecisiete para
entrar.
—Perdona que insista, pero sigo sin
entender lo del llanto y esto es importante.
—Es que es un misterio. Una reacción ante
algo que sientes dentro y no puedes explicar. Tampoco fue un llanto de amor. No
me atrajo Jesús en aquel momento. Fue el encuentro con las hermanas, con esta
vida. Fue como reconocer algo aquí dentro, en el corazón, que tiene que ver con
tu vida. No sé explicarlo...
— ¿Cuándo te atrajo
Jesús?
—Después, cuando me convertí.
— ¿Me he perdido algo?
—Hay mucho que contar...
—Tenemos un libro entero para ello...
— ¡Para darle gloria a Dios!
— ¡Pues vamos a ello! ¿Qué pasó desde los
catorce hasta los diecisiete años para que digas que hubo una conversión?
—Después de aquella primera vez aquí,
vine durante unos meses de vez en cuando, de visita. Una de aquellas veces le
dije a la madre priora que se olvidara de aquello, que no quería ser carmelita.
— ¿Por qué ya no?
—Le dije que había empezado lo propio de
la edad, a salir, a conocer gente... Vas creciendo y vas conociendo el mundo.
Se me quitaron rápido las ganas de ser carmelita. Pensé en tener una vida
normal.
— ¿A qué te dedicabas a esa edad en tu
vida?
—Yo estudiaba y salía. Empecé a ir a
discotecas y a hacer planes normales de esta edad. Pero al conocer esos
ambientes..., sabía que tenía el compromiso de ser carmelita, yo misma me daba
cuenta de que no podía estar a dos bandas. Entonces vine aquí a decir que no.
No podía estar saliendo con alguien o queriendo conocer a algún chico i al
mismo tiempo que aquí me estuviesen esperando ¡Eso era absurdo! Ya tenía quince
años. El mundo me arrastró mucho, la verdad.
— ¿Qué te ofrecía el mundo?
—Diversión. Botellón... yo siempre he
sido una chica de extremos muy marcados. O he tirado a lo bueno o he tirado a
lo malo. Es un poco lo que me aconsejó aquella amiga cuando le planteé lo de
ser del Opus Dei. Ella me conoció y me dijo: «O todo o nada». En aquel momento,
empecé a conocer las diversiones del mundo y me di cuenta enseguida de que Dios
me impedía divertirme como yo quería. Sobre todo con lo de ser carmelita.
— ¿Cómo querías divertirte?
—Yo quería salir... ¡Y bien que salía!
Empecé a beber, y ya fumaba desde los doce años. Eran cosas que no iban con una
persona que quisiera ser carmelita. Hay un momento importante en el que creo
que se dispuso todo para que el Señor me cogiera, pero había que empezar de
cero.
— ¿Cómo fue?
—Yo estaba en el oratorio del colegio y
allí había un Sagrario. Estaba sola. Recuerdo estar delante del Sagrario y
pensar: «Yo todo esto no me lo creo. La fe que tengo no es mía, es la que me
han contado». De repente, en mi corazón, comprendí que no creía en lo que me
habían contado. Por decirlo de alguna manera, me di cuenta de que yo viví; la fe de mis padres, no
la mía, y en ese mismo momento me levanté y me fui de allí. Eso fue duro,
porque salí de aquella capilla dándole la espalda a Dios y como diciendo: «Ahí te quedas tú, que yo me
voy con lo mío».
A partir de ahí, con quince años o
dieciséis, empecé a dejar de ir a Misa, a salir por la noches... Empecé a
mentir a mis padres para salirme con la mía y salir de fiesta. Los ambientes a
los que iba tampoco eran buenos...
— ¿Cuáles?
—Iba de botellón y a discotecas donde se
bailaba hip-hop. También empecé a escuchar música heavy... La verdad es que ese ambiente no era muy
carmelita que digamos... y lo de ponerme un piercing, pues como que tampoco...
— ¡Cómo mola! ¿En la nariz?
—No, debajo de la lengua.
— ¿No te molestaba?
—La verdad es que no. Ya ves tú, hacer
ese sacrificio tan tontamente... Son cosas que haces simplemente por hacer lo
que está prohibido. Ya te he dicho que era guerrera. Unos meses después me lo
vieron mis padres y la negociación por el piercing duró un minuto. Su oferta fue que o me lo
quitaba o me iba de casa. Me gustaba más mi casa que el piercing.
— ¿Qué hacías con tus amigos raperos?
—Salía mucho a bailar. En ese grupo hice
una amiga, muy buena amiga, que conocía ya del colegio, pero por aquel
entonces empezamos a congeniar. Teníamos ese mismo gusto. Bailar y beber, eso
hacíamos, nada muy alejado de lo que hacen tantos jóvenes como yo.
— ¿Hasta cuándo duró esa etapa hip-hoperar"
—Hasta los diecisiete años, pero fue un
proceso que empezó con cosas más o menos pequeñas y fue yendo a peor.
— ¿Por qué?
—Cada vez bebía más. Salía viernes y
sábado, y bebía cada fin de semana. Yo puedo contar todo esto, pero lo bueno es
lo que ha hecho Dios con todo esto.
— ¿Tuviste novio?
—No un novio serio. Solo me divertía. En
aquel tiempo ni siquiera pensaba en casarme. Solo quería pasarlo bien. Es lo
que te venden hoy en día y en los jóvenes cala mucho ese mensaje. Ni novios ni
compromisos. Me lo pasaba bien y punto, solo quería divertirme, y lo conseguía.
—Si conseguías divertirte y estar bien,
¿por qué cambias de vida?
—Creo que hay mucha gente que cuando se
mete en este ambiente, llega un punto que su vida se destruye tanto, tocan
fondo de tal manera, que su vida cambia porque si no se mueren. A mí no fue eso
lo que me pasó. A mí me iba bien todo. Las notas me iban bien, tenía muchísimas
amigas, no me faltaban tampoco los amigos... Me divertía y podía decir que
tenía todo lo que deseaba y que no me sentía mal con lo que hacía, porque era
lo que yo quería. No puedo decir que soy monja, porque tuviese un problema o
porque tuviese un fracaso con un chico y entonces me quedara hundida. Para
nada. Estaba contenta, sin problemas.
— ¿Eras feliz?
—Ese es el tema. Ahora veo que no. Era
feliz en la medida en que yo buscaba la felicidad. Ahora veo que esa medida,
la medida que te da el mundo para ser feliz, es muy pobre, muy baja.
ADRIANA VE “AHORA” LO QUE NO VÉIA “ANTES”
DE LA
CONVERSIÓN, POR ESO ANTES PENSABA QUE ERA SUFICIENTEMENTE FELIZ CON LO
QUE HACÍA Y TENÍA. ASÍ SE ENTINEDE QUE LA CONVERSIÓN ES UNA NUEVA “ILUMINACIÓN”
DEL ALMA QUE VIENE DE ARRIBA, CON LA QUE SE VE LO MISMO PERO CON LA LUZ DE DIOS
¿O ES QUE LAS MONJAS NO LEEN EL PERIÓDICO NI SABEN LO QUE PASA EN EL MUNDO
MUNDIAL? LO SABEN COMO TODOS, PERO NO VEN LO MISMO QUE EL COMÚN DE LOS
MORTALES, ES DECIR, SOLAMENTE MODAS, BOTELLONES, DEPORTES, CATÁSTROFES,
DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS, REPRESIÓNES DE PUEBLOS, LIBERACIONES, ACTOS
SOCIALES, ETC. VEN TODO ESO, PERO EN SU AUTÉNTICO ORIGEN: EL AMOR DE DIOS POR
TODOS NOSOTROS Y COMO LA VÍA DE UNIÓN, DOLOROSA Y ESPERANZADA A LA VEZ, PARA
LLEGAR A SU REINO ETERNO, QUE ELLA YA HA EMPEZADO A GUSTAR EN LA TIERRA. POR
ESO PUEDE DECIR “AHORA” QUE “ANTES” SU FELICIDAD ERA “MUY BAJA”.
POR LA CONVERSIÓN VIVE EN OTRA DIMENSIÓN,
DESDE LA QUE SE ADMIRA VIENDO EL MUNDO COMO UNA HIEROFANÍA (MANIFESTACIÓN DE LA
VERDAD, BONDAD Y BELLEZA DE DIOS). POR PONER UN EJEMPLO, NO ES IGUAL VER CON
DESCUIDO EL ARBOLITO QUE ESTÁ PLANTADO EN LA MEDIANERA, CUANDO TE PARAS EN UN
SEMÁFORO, QUE APRECIAR CÓMO DA SU FLOR, COMO REFLEJO DEL DON DE DIOS, AUNQUE LO
TENGAMOS AHOGADO EN EL AIRE CONTAMINADO DE LA CIUDAD. O CUANDO TE SECAS DESPUÉS
DE LA DUCHA, NO ES LO MISMO ESTAR PENSANDO EN LA PRISA QUE LLEVO PARA LLEGAR AL
TRABAJO, QUE ESTIMAR COMO UN REGALO LA MARAVILLA DEL CONGLOMERADO DE CÉLULAS QUE
TE CONSTITUYEN, ORGANIZÁNDOSE Y ENTENDIÉNDOSE MISTERIOSAMENTE ENTRE SÍ, PARA
DARTE LA FORMA PRECISA QUE TE IDENTIFICA.
ES EVIDENTE QUE CON LA LUZ QUE RECIBIÓ
ADRIANA EN SU CONVERSIÓN VIVE UNA FELICIDAD “SUPERIOR”, PUES VIVIR YA NO CONSISTE
EN HACER, CONSEGUIR, EXPERIMENTAR, ETC., SINO EN CONTEMPLAR. HA DEJADO DE CORRER DETRÁS DEL TIEMPO, COMO HACE EL
COMÚN DE LOS MORTALES, Y TODO ES TRANQUILIDAD EN EL PRESENTE DE LA LUZ DE DIOS.
SE PODRÍA DECIR QUE ADRIANA SIGUE LEYENDO LA PRENSA CON “LA RAZÓN”, PERO LA LEE
EN SU EDICIÓN DIVINA, QUE SOLO ENTIENDEN QUIENES HAN RECIBIDO ESA GRACIA. EL
EVANGELIO LA LLAMA “LA PERLA”, Y ADRIANA NO TIENE OTRA ALTERNATIVA QUE COGERLA
Y GUARDARLA, EN ÁVILA O EN DONDE SEA.
— ¿Cómo cambiaste de medida?
—Lo que pasó es que un día, de repente,
sentí en mi interior un vacío muy grande, porque precisamente lo tenía todo y
no tenía nada.
— ¿Cuándo te das cuenta de eso?
—Mis padres habían mantenido relación con
el Convento de San José y fueron a la ceremonia de toma de hábito de una
hermana que había entrado aquí. Un día en la comida, al volver a casa de clase,
mi padre estuvo contando cómo había sido la ceremonia. Yo nunca había visto
ninguna. Contó cómo la hermana estaba en medio de todas, cómo le ponían una
corona de rosas en la cabeza como si fuera una novia... Yo estaba a lo mío
durante la comida. Estaba normal, pero poco a poco, escuchándole, algo se empezó
a inquietar dentro de mí. Yo misma pensaba: «¿Qué me pasa? ¡Si yo paso de
esto!». Al acabar la comida subí a mi habitación y empecé a llorar. Fue la
misma reacción que aquella vez tres años antes. Es algo que ocurre dentro de ti
y no sabes qué es. Saqué de un cajón aquellas cartas que la madre me había
escrito cuando, con catorce años, le dije que quería ser carmelita. Nunca las
había vuelto a leer, pero no las había tirado, no sé por qué. La cosa es que
las empecé a leer y yo parecía una catarata. Lloraba sin saber qué me pasaba,
no sabía por qué. Esto era en octubre del año que hacía 2° de Bachillerato.
Aquel día, algo renació dentro de mí. Algo que me gritaba dentro, de golpe y
muy fuerte. Luché con todas mis fuerza por acallar ese grito interior que yo
sola oía. Hice todo lo posible por acallarlo, porque se fuese como había
llegado, por ignorarlo, por distraerme de su fuerza, pero era imposible.
— ¿Qué gritaba?
—No lo puedo explicar, pero me rebelaba
contra lo que hacía. Me gritaba el convento, el recuerdo de esta casa, y esta
vez ya sí que gritaba Jesús.
LO QUE SE VE AQUÍ ES QUE LAS HERMANAS QUE
LA CONOCIERON CUANDO ADRIANA TENÍA 14 AÑOS, NO DEJARON DE REZAR POR ELLA,
RESPETANDO LA VIDA QUE LLEVABA, CON PLENA CONFIANZA EN EL PROVIDERE DIVINO. AL FINAL TODO OCURRE POR DECRETO DE DIOS, POR ESO
LAS CARMELITAS NUNCA BUSCARON, SEGÚN LA VISIÓN QUE ACTUALMENTE PREDOMINA, EL
“ÉXITO” DE TENER “UNA NUEVA MONJA EN EL CONVENTO”. CUANDO SE ENCUENTRA “LA
PERLA”, COMO DIJE ANTES, LO ÚNICO QUE INTERESA EN TENERLA Y CUIDARLA, LO DEMÁS
DE DEJA AL GOBIERNO DIVINO, QUE ES EL
ÚNICO CAPAZ DE ABARCAR EL CURSO COMPLETO DE LA HISTORIA. BASTA CON IR AL
CONVENTO DE LOS JERÓNIMOS DE EL PARRAL EN SEGOVIA PARA VER LO CONTENTOS QUE ESTÁN LOS
ÚLTIMOS 12 MONJES QUE QUEDAN DE LA ORDEN, CON SUS CANTOS, VIGILIAS Y SILENCIOS.
—Hemos llegado al punto en el que empiezo
a no entender ni jota. ¿Cómo que gritaba Jesús?
—Voy a tratar de poner palabras a esa
experiencia, pero no puedo asegurar que sea así, porque no es sencillo. Esto
forma parte de la vida de fe y del Espíritu... Él gritaba: «Tú quieres ser
feliz, y yo te quiero hacer feliz. Yo te quiero». Esto es como descubrir sobre
tu vida una mirada. En aquel momento luchaba contra ello y no quería
escucharlo, pero hasta que no abrí el oído, hasta que no abrí el corazón,
aquello no cobró forma.
AQUÍ ESTÁ EL PUNTO. EL ESPÍRITU SANTO
LLEGA CON LA CONVERSIÓN, PERO SÓLO A TRAVÉS DE LA UNIÓN DE AMISTAD Y DE AMOR
RECÍPROCO CON JESUCRISTO, QUE LLAMA A
CADA UNO A UNIRSE A LA MISIÓN QUE LE ENCOMENDÓ EL PADRE ETERNO. ÉSTA UNIÓN
ES UNA “RELACIÓN PERSONAL” DE CORRESPONDENCIA Y ENTREGA MUTUA, QUE TRASCIENDE
CUALQUIER OTRA RELACIÓN, INCLUIDA LA PERTENENCIA A UNA ORDEN RELIGIOSA, A UNA
FAMILIA, A UN PUEBLO, ETC., LO CUAL, A VECES, NO RESULTA UNA CUESTIÓN PACÍFICA:
BASTA CON OIR LO QUE DICE BOB DYLAN EN IBELIEVE IN YOU. EL MERO HECHO DE
PERTENECER A UN GRUPO “PIADOSO” NO GARANTIZA NI, CON DEMASIADA FRECUENCIA, MANIFIESTA
LA UNIÓN CON DIOS, PORQUE ES CRISTO MISMO QUIEN LLAMA Y TRANSFORMA EL ALMA Y
NADIE MÁS, POR MUCHA CARGA DE LIDERAZGO QUE LLEVEN SUS PROMOTORES.
PARA ENTRAR EN ESTA RELACIÓN CON
JESUCRISTO “HAY QUE TENER OÍDOS PARA OÍR”, COMO DICE EL EVANGELIO, LO QUE, A
VECES, SUPONE TENER QUE DESOIR A QUIEN, REVESTIDO DE AUTORIDAD, TRATA DE
INMISCUIRSE EN EL ÁMBITO “SAGRADO” DE LA CONCIENCIA. EN ESTO CONSISTE LA
CONDICIÓN DE HOMBRE O MUJER “DE BUENA VOLUNTAD”, COMO LOS PASTORES QUE
RECIBIERON EL ANUNCIO DEL NACIMIENTO DEL SALVADOR. ADRIANA SABE QUE LA SANGRE
DE LA CRUZ NO LA DERRAMÓ CRISTO POR LA HUMANIDAD SINO SÓLO POR ELLA, Y TUVO LA
NOBLEZA DE RECONOCER ESTA VERDAD Y AJUSTAR SU VIDA A LA ENVERGADURA DEL AMOR
QUE SU AMIGO LE PEDÍA. CON ELLO HA ENCONTRANDO SU FELICIDAD “SUPERIOR”, COMO
LOS PASTORES LA PAZ, CON LA INVASIÓN DE LA LUZ DE DIOS EN SU ALMA.
— ¿Qué forma cobró?
— ¡La de Cristo!
— ¿Por qué te negabas a escuchar?
—Porque no quería saber nada de esto. Ni
de Dios.
— ¿Te daba miedo?
—No, no me daba miedo. Sencillamente, no
me interesaba. En aquel momento a mí me interesaba divertirme y ya está. Estaba
bien como estaba. Le decía: «¿A qué me vienes ahora?». Pero no era una cuestión
de miedo.
— ¿Por qué guardaste las cartas de la
madre?
—No lo sé. No las rompí, las guardé en un
cajón y nunca más las volví a ver hasta ese día en mi habitación. Estaban en el
fondo del cajón, bajo un montón de las típicas revistas de adolescentes que
compraba a escondidas de mis padres.
—Por lo que veo y por ubicar un poco,
eras una chica que sacaba buenas notas, que tenía éxito social entre sus
amigos, que lo pasaba bien...
—Lo único problemático era un poco el
tema de mis padres, porque estaban preocupados. Cuando llegaba mal a casa,
ellos se daban cuenta, claro. Por eso, muchas veces no dormía en casa. Recuerdo
una vez que mi padre me sentó y me dijo que se había enterado de que no me
divertía de la forma más adecuada. Ellos nunca me castigaron por esto o
aquello. Habían puesto una semilla en mí y luego respetaron mi libertad y mis
decisiones a medida que fui creciendo. No les quedó más que rezar, ¡y rezaron
mucho! Gracias a ellos, que se daban cuenta de por dónde llevaba mi vida,
rezaron también muchos otros por mí.
ES IMPRESIONANTE, PERO AQUÍ SE VÉ QUE LA
AUTÉNTICA EDUCACIÓN RADICA EN ÚLTIMO TÉRMINO EN LA CONFIANZA EN DIOS, PORQUE ES
ÉL QUIEN TIENE SU HISTORIA DE AMOR CON CADA ALMA. POR MUY PADRE O MADRE QUE UNO
SEA, ESTA AUTORIDAD, PRIMERO BIOLÓGICA, Y CON LA ADOLESCENCIA, MORAL, NO
JUSTIFICA INTENTAR ADUEÑARSE DE ELLA, RETORCIÉNDO EL QUERER DE LOS HIJOS EN VEZ
DE INTENTAR DIRIGIRLO.
— ¿Cómo fue el empujón definitivo al
convento?
—El 27 de noviembre siguiente. Era
domingo, el día de la Virgen Milagrosa. Yo había pasado el sábado como
siempre, de fiesta, y ese domingo por la noche estaba en casa estudiando. En
ese momento tuve una experiencia muy normal, en cuanto a que no tuve ninguna
visión, no vi ninguna película, no escuché ningún testimonio ni leí nada.
Estaba sola en la habitación y, aquella noche, como que todo se derrumbó. El
grito en mi interior fue más fuerte que nunca. Aquella voz que gritaba por fin
me venció.
— ¿Cómo te vence una voz que grita en tu
interior?
—Sucedió así: estaba en la habitación y
empecé a llorar. Fue como sentir el fin de una etapa. Me sentí derrumbada, pero
no de tristeza, sino derrumbada por alguien que me quería. Fue descubrir,
sentir una mirada de alguien que te quiere. Es sentir que toda tu vida, todo lo
que has hecho y toda tu historia, es algo precioso a los ojos de Dios. Que a
partir de ese momento Dios quiere que todo siga siendo igual de precioso, pero
ya no solo para ti, sino con Él. Era, sobre todo, sentirme amada. Fue lo que me
faltó años atrás delante de aquel Sagrario. Esa experiencia personal con
Cristo. Esa es la fe cristiana.
— ¿Cuál?
—La fe cristiana no es una idea, sino una
realidad de una persona viva, que es Cristo. En nuestra fe, lo primero de todo
es saber que Dios te ama, y si no tienes experiencia de eso, de amor, te quedas
en lo que te han enseñado. Creo que los cristianos que hemos recibido todo esto
desde niños, necesitamos la experiencia del amor de Dios, tenemos que vivir
esto en algún momento, porque si no te quedas en lo que te han inculcado.
Entonces la fe se convierte solo en ir a Misa el domingo, de vez en cuando
rezar, llegar virgen al matrimonio, cumplir unas normas que si no se viven
desde una experiencia de amor carecen de sentido. Son por cumplir. Esas cosas
son buenas, está claro, pero hacerlo por convencimiento en vez de por amor es
muy distinto. No somos tan fuertes y te puedes quedar en el camino. Creo que
eso es lo que a mí me faltaba. Aquella noche yo me sentí amada y todo cobró
sentido. Tal y como yo era y en aquella situación, habiendo pasado de Dios, El
me dijo: «Pues yo no paso de ti, yo te amo, y aquí estoy».
LO QUE DICE ADRIANA CON UNA SENCILLEZ
PASMOSA ME PARECE LA CAUSA ÚLTIMA DEL DESCONTENTO Y ANSIEDAD GENERAL QUE IMPERA
EN LA SOCIEDAD. ARRASTRAMOS LA “IDEA” DE DIOS, Y EN TORNO A ESTA IDEA
DISCREPAMOS DE SI EXISTE O NO, DE SI ES BUENO O MALO, ETC., CUANDO TENER O NO
LA “IDEA” DE DIOS ES COMPLETAMENTE INDEPENDIENTE DE QUE EXISTA EN REALIDAD. LA
“IDEA” DE DIOS LA TENEMOS TODOS, PERO LA “CERTEZA” DE SU EXISTENCIA SE ADQUIERE
POR LA FE, QUE AHORA CAMPA POR SU AUSENCIA. LO QUE IMPERA EN GENERAL ES UN “CONSENSO”
ENTRE QUIENES SE CONSIDERAN CATÓLICOS, SOBRE LA IMPORTANCIA DE UNOS VALORES Y
CIERTA FORMA DE VIVIR, A DIFERENCIA DE LOS VALORES Y FORMAS DE VIDA DE OTROS
GRUPOS SOCIALES. PERO ESTO NO FUNDAMENTA QUE LA “VERDAD” DE UNA FORMA DE VIDA SEA MÁS LEGÍTIMA QUE OTRA. SI CUANDO SE VA A MISA, POR
EJEMPLO, SE VA CON LA MISMA ACTITUD, TANTO POR PARTE DE QUIEN LA CELEBRA COMO
DE LOS ASISTENTES, QUE CUANDO OTROS SE CONCENTRAN PARA DISFRUTAR DE UN
CONCIERTO AL AIRE LIBRE, NO SE APRECIA LA DIFERENCIA ENTRE TENER FE O NO TENERLA.
TENER FE LLEVA A JUZGAR NUESTRA VIDA EN
ESTE MUNDO DESDE EL OTRO, CONVENCIDO DE QUE UNA VEZ QUE ESTÁS EN EL CIELO,
CUALQUIER VIDA QUE HAYAS VIVIDO ES “LA MEJOR” QUE HAYAS PODIDO VIVIR, AUNQUE TE
HAYAN ENVIADO A GALERAS, TE HAYAS ARRUINADO O PERDIDO A TU GENTE, O TE ENTRE UN
CANCER QUE TE ESTÉ MACHACANDO. LA FE DE LA QUE HABLA ADRIANA ES LA QUE VE
CUALQUIER CONDICIÓN DE LA EXISTENCIA HUMANA CON UNA PROFUNDA ALEGRÍA, PUES LA CONSIDERA EL PRIVILEGIO DE TENER UN LUGAR PARA ELLA EN EL ARBOL DE LA CRUZ, COMO
DICE EL SALMO, QUE ES EL COHETE DE LA RESURRECCIÓN.
DESDE QUE IMPERA LA MENTALIDAD
REVOLUCIONARIA (1789) EN VEZ DE HABLAR DE “ESTE SIGLO” (HOC SAECULUM), COMO HACÍAN LOS ANTIGUOS, SE HABLA DE “ESTE MUNDO”, Y LA ESPERANZA ESTÁ PUESTA EN UN FUTURO UTÓPICO QUE NO SALE
DEL GLOBO TERRÁQUEO, SEGÚN PRESCRIBE LA MODERNA “LEY DEL PROGRESO” (LLÁMESE ALIANZA DE
CIVILIZACIONES, SOCIEDAD SIN CLASES, PUNTO OMEGA, UNIDAD DE LAS RELIGIÓNES, O
LO QUE SEA. TODO CONFIADO A LOS AVANCES DE LA MEDICINA Y A LAS CONQUISTAS DE LA CIENCIA). POR ESO LA FE HA QUEDADO, EN GENERAL, COMO UN CONJUNTO DE VALORES
Y FORMAS DE VIVIR, Y HA PERDIDO LA FUERZA PARA INSPIRAR LA CERTEZA Y LA
ESPERANZA EN LA VIDA SOBRENATURAL, QUE ES LA QUE HA ENCONTRADO ADRIANA POR UNA
GRACIA QUE CUAJA CADA VEZ MÁS EN SU CORAZÓN DE BUENA VOLUNTAD. ANTES SE DECÍA HOC SAECULUM PORQUE NADIE VIVÍA MÁS DE
100 AÑOS, E IMPERABA EL CONVENCIMIENTO DE QUE LA MUERTE ERA EL PORTÓN DE ENTRADA EN LA ETERNIDAD.
Salí a buscar a mi padre y tuvimos una
conversación. Yo lloraba, no podía hablar, y le dije que me quería confesar y
que quería hablar con la madre priora. Llevaba sin confesarme todo ese tiempo.
A lo mejor por cumplir con algo alguna vez, pero no me confesaba nunca, la
verdad.
Hablé con un sacerdote, me confesé y mi
vida cambió radicalmente. No empecé a ir a Misa los domingos, sino que iba a
Misa todos los días. Era una necesidad, me faltaba tiempo para estar con el
Señor, para experimentar y saborear esa sensación de sentirme tan amada. La
Misa era lo primero del día. Me levantaba a las seis de la mañana para bajar en
tren a Madrid y poder ir a Misa antes de clase. ¡Ya eran locuras! Luego,
durante el día, me faltaba tiempo para hacer oración, para estar con el Señor.
— ¿Por qué ese esfuerzo para ir a Misa?
—La Misa era la fuerza. Era mi fuerza.
Llevaba tanto tiempo sin comulgar, que recuperar la Comunión significó para mí
muchísimo.
— ¿Qué es la Comunión?
—La Comunión es el Señor dentro de ti. El
mayor gesto de amor que el Señor tiene para con nosotros. Es el sentimiento de
sentirme amada hecho carne. Es hacer tangible por la fe el sentimiento de amor.
— ¿Cambiaste de la noche a la mañana?
—Sí.
— ¿Cómo se lo tomaron tus amigos?
—Mis amigos no lo entendían. Empecé a ir
a Misa, a rezar, y me preguntaban si me había vuelto loca, y yo les decía que
debía de ser. El primer fin de semana que llegó, les dije que no iba a salir.
Ellos se extrañaron. Estaba contenta de no salir, de quedarme en casa. Dejé de
frecuentar las discotecas y de salir por la noche. Sabía que me conocía y no
quería dejarme llevar. No me costaba, pero tampoco iba a poner facilidades.
Hacía planes normales, pero no salía de fiesta. Por ejemplo, al poco tiempo
llegó Navidad, y en Nochevieja no salí. Claro, cuando haces eso parece que
estás loca.
— ¿Se enfadaron contigo?
—Enfados no hubo. La
gente sencillamente no me entendió. Era como si solo faltara que me pusiese a
hablarles de Dios. Otras amigas sí que se admiraban, en plan bien. No hablaba
de ser monja, pero les llamaba la atención lo que estaba viviendo. Pero te digo
una cosa: no hice ningún esfuerzo para vivir ese cambio. A mí todo me fue dado.
No me levantaba a las seis de la mañana pensando en que hacía un sacrificio por
el Señor. Era una necesidad mía. Era un regalo para mí poder hacerlo. Poder
experimentar eso no era un esfuerzo. A ver, sí que te cuesta levantarte a las
seis de la mañana, pero no es una heroicidad, al contrario.
— ¿Cómo se logra esa vivencia de la Misa?
—Eso viene de Dios; es
un regalo del Señor. Solamente me he dejado llevar.
—Tus amigos creían que estabas loca. ¿Y
tú qué pensabas de lo que te estaba pasando?
—Yo alucinaba. Claro que sí. Pensaba que
estaba feliz; no sabía qué me pasaba, pero
no lo cambiaba por nada. Algo me arrastraba hacia esa nueva vida, pero no con
fuerza. En todo ese camino siempre ha estado ahí el Señor, y me ha librado de
muchos peligros. Podía haber hecho cosas peores y no las hice, y no sé por qué.
Ahora veo que el Señor me protegía.
— ¿A que te refieres?
—A cosas que podían
haber pasado y no pasaron, sencillamente.
— ¿Durante ese mes tuya pensabas en venir
al convento?
—Sí que lo pensaba,
pero en secreto. No pude venir a verlas enseguida, porque era
Adviento y las hermanas no reciben visitas en Adviento, así que tuve que
esperar hasta Navidad. Durante ese mes me afiancé en que esto renacía, y
renacía de verdad. Toda esta llamada del Señor, este atraerme hacia Él, era más
intenso en ese momento de mi vida, y el lugar físico en donde concretar mi
entrega era este, el Carmelo de San José. En Navidad vine y pedí entrar.
— Una vez que tomaste
esa decisión, ¿qué te aportaba?
—En mi corazón, paz. Una alegría muy
diferente y muy superior a la que tenía
antes, que tampoco me faltaba.
— ¿No te daba miedo meterte aquí y no
salir ya nunca más?
—No me daba miedo, aunque sabía que aquí
no se entraba en plan de prueba.
Sabía que esto tenía que ser definitivo, pero no me daba miedo, porque todo lo
que
me había pasado desde que conocí este convento hasta que tomé esa decisión me
invitaba a confiar desde el corazón, y mi fuerza era confiar, y no podía dejar
de confiar por todo lo que había vivido. Mi conversión, mi cambio,
sencillamente sucedió. No lo había buscado, sino que me fue dado. No había
hecho nada por cambiar. Ni de mi vocación ni de Dios puedo decir que yo los
buscase o los deseara. Es Dios el que vino por mí, y luché contra Él, porque
esa voz que me llamaba aquí dentro la intenté acallar, pero no pude. No le
busqué. Me buscó Él a mí. Soy una víctima de su misericordia. Nada más.
POR ESE CAMBIO QUE
“SENCILLAMENTE SUCEDIÓ”, ADRIANA, PROPIAMENTE, NO “ENTRABA” EN EL CONVENTO, SINO
QUE “SALÍA” DEL MUNDO, PARA VIVIR LA LIBERTAD MÁS PROFUNDA QUE PUEDE HABER, QUE
ESTÁ EN EL PROPIO CORAZÓN CUANDO ESTÁ UNIDO A LA INMENSIDAD DE DIOS. ENTRAR EN
EL CONVENTO SE PARECE A CUANDO LOS NIÑOS DE LA PELÍCULA EL LEÓN LA BRUJA Y EL ARMARIO ENTRAN EN EL ARMARIO LLENO DE ABRIGOS
Y SE ENCUENTRAN CON “NARNIA”.
— ¿Cuándo entraste?
—Cuando en Navidad pedí entrar, nuestra
madre priora dijo que, como tenía diecisiete años, si aprobaba la Selectividad
entraría, pero que si no, pues no podía. Le contesté que si aprobaba, entraba
el día de san Pedro. Aprobé y el día de san Pedro llegué aquí. Me acuerdo de
una anécdota muy divertida, y es que salí con mi madre a fumarme mi último
cigarro. Ahí estaba yo con el pitillo, apurando el último en la puerta, pero
llegaron unos sacerdotes y lo tuve que tirar, porque tenía puesto ya el
uniforme de postulante (2) y como que no quedaba bien. Le di dos caladas y fuera. Lo tiré a escondidas,
sin que ellos me vieran.
—Por lo que he entendido, en el Carmelo
no se hace experiencia vocacional, ¿es así?
—En este, no. En algunos sí, pero aquí
no. Según explica nuestra priora, si tenemos la llamada de Dios, la tenemos, y
si no, pues no. La que entra ya tiene claro que Dios la llama. Hacemos seis
meses de postulantado, un año de noviciado (3) y tres de profesa temporal (4).
Nuestra madre priora dice que aquí dentro se nota a los pocos días si es o no
una llamada. Otra cosa es que tengamos una tentación o algo que te distraiga.
— ¿Tuviste alguna para irte?
—En una ocasión sí que la tuve, y no
pequeña. Pero con la ayuda de Dios y con la de nuestra madre priora, que me
aconsejó rezar y esperar, pude superarla y hasta hoy. Nunca he vuelto a dudar
de que tuviera vocación, nunca me he querido ir. Esa experiencia me hizo ver
aún más que es Dios quien me sostiene aquí. Llevo muy poco tiempo en el
Carmelo, pero el suficiente para haber comprobado que mi perseverancia cada día
es un don de Dios, no un esfuerzo mío.
— ¿Cómo es el primer día en un Carmelo?
¿Dormiste bien la víspera?
—Esa noche me acosté muy tarde. Mi casa
estuvo llena de gente que vino a despedirse. Aquello no era una despedida de
un mes, sino de siempre. Fue todo muy duro y muy sentido, y ya cuando estaba
sola en casa, llamé por teléfono a esta amiga con la que yo iba a bailar a los
ambientes de hip-hop. Ella era la persona a la que más me
costaba dejar, porque sabía que la dejaba sin que ella me entendiese. La llamé
y estuvimos hablando hasta las tres de la madrugada. No hablamos ni de Dios ni
de mi vocación. Hablamos como si nos fuésemos a ver al día siguiente. Pero al
despedirnos, ella me dijo que tenía ese sentimiento. Le contesté: «No. Me voy
para siempre, esto se acaba en esta manera. Tú
podrás venir a verme cuando quieras, pero yo no saldré de allí nunca». Luego
dormí muy bien, me levanté pronto, cogí la maleta y para el convento.
— ¿Cómo es la entrada?
—Para mi gusto, la entrada es horrorosa.
Abren la puerta de la clausura y salen la priora, la tornera y dos hermanas
más. Me despedí de mis padres y hermanos, recibí la bendición de los tres
sacerdotes que me acompañaban, y todo el mundo se puso a llorar. Dentro todo
tiene otro color. Me recibieron las hermanas con un abrazo y fuimos al coro a
rezar. Mis padres se fueron, y ya está. Es un momento duro. Muy duro.
— ¿Qué tienes dentro de ti que te
arrastra a pasar por encima de semejante desgarro?
—Es la fuerza del Espíritu Santo. No lo
entiendo. Si lo piensas, tú eres incapaz; pero el Espíritu Santo te arrastra
aquí dentro. Ese último momento, cuando abrazas a tus padres y hermanos, que
sabes que es la última vez que los vas a abrazar, es desgarrador. Al cruzar la
puerta, me di cuenta de que a mí me arrastraba algo allí dentro, pero no me
arrastraba a tirones, sino con la suavidad y la ternura que al Señor le
caracterizan.
— ¿Tiene sentido todo esto?
—Para mí, sí. Yo soy feliz.
— ¿Cuál es el sentido?
—Yo aquí he encontrado todo.
— ¿No se limita todo a unos muros y a una
reja?
—Eso piensas cuando vas a entrar, que lo
dejas todo. De lo que más se sorprende la gente cuando se enteran es de eso, de
que lo dejas todo. Pues de alguna manera es verdad, pero la verdad va más
allá, y es que aquí dentro encuentras todo también, y mucho más. La promesa del
Señor de que quien deja a su padre y a su madre, hermanos, casa y trabajo, por Él
y el Reino de los Cielos, encuentra en esta vida el ciento por uno, se hace
verdad cada día. Eso es verdad y eso lo vivo yo, que he vivido el desgarro de
dejar a mi familia y el amor y la paz de Dios en mi ser. Puedo decir que es
verdad. A mis padres y a mis hermanos les quiero y me siento aún más unida a
ellos que antes, por eso no me faltan. Ni ellos ni mis amigas ni la diversión.
Aquí lo tengo todo. Si tienes vocación, Dios te llena. Hay cosas que al
principio cuestan, pero sientes y sabes que este es tu sitio.
—Y tus padres, ¿cómo lo llevan?
—Ellos, como nosotras, sufren fuertemente
este desgarrón, pero es también una vocación: la de padres de carmelita. Por
eso ellos también reciben de Dios la fuerza. Mis padres me han entregado a
Dios, fiándose de Él. A mi madre le costó un poco más, pero después de cuatro
años aquí, cuando iba a hacer mi profesión solemne, mi consagración a Dios para
siempre, me escribió una carta en la que me decía que todos los días daba
gracias a Dios por esto, que era una de las mejores cosas que Dios le había
regalado.
— ¿Te has planteado alguna vez cómo hubiese
sido tu vida de no haber entrado aquí?
—No sé dónde estaría. Pero no se sabe. En
realidad, me da igual.
— ¿Puedes explicarnos qué es para ti un
carmelo?
— ¡Uy! ¡A ver si me sale! A ver... Creo que podría contestarte con una
frase de nuestra santa madre, santa Teresa: «Esta casa es un Cielo, si lo puede
haber en la Tierra, para quien se contenta solo de contentar a Dios". Me
sobran los comentarios...
— ¿Qué es una carmelita?
—Una carmelita es una esposa de Cristo, y por amor a Él, abraza en
esta vida la misma vida que Él escogió por amor a nosotros, en pobreza,
castidad y obediencia. Y como Jesús, ofrece su vida a Dios por la salvación del
mundo, por los que aún no conocen el amor de Dios.
— ¿Y quién es santa Teresa?
— ¡Es mi madre! Ella ilumina como nadie
mi camino. En sus escritos, encuentro el modelo de carmelita al que quiero
llegar. Siento de un modo muy fuerte su ayuda como madre y maestra, y quisiera
que ella pudiera reconocerme como verdadera hija suya.
Todo esto que he contado, todo lo que
Dios ha querido hacer conmigo me sobrepasa. Sé que no he sido buena, tampoco
lo soy ahora. Todo ha sido gracia tras gracia. Nada más.
COMO DICE ANTES EN LA ENTREVISTA, ADRIANA
“ALUCINA”, Y ESO EXPLICA LA HUMILADAD QUE MANIFIESTA AL FINAL. ES EVIDENTE QUE
LA GRACIA QUE DIOS LE HA DADO ILUMINA COMPLETAMENTE SU EXISTENCIA Y CON ESA LUZ
DIVINA VE CON CLARIDAD EL NULO VALOR DE SU VIDA SIN VIVIR EN DIOS. EN FIN, EL
ESPÍRITU SOPLA DONDE QUIERE Y AFORTUNADOS SON QUIENES LO PUEDEN RESPIRAR.
_______________________________________________________
(1) GARCÍA, J.: ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?, Libros libres, Madrid, 2011, pp. 16-28.
(2) El postulantado es la primera etapa de la vida religiosa. Se trata de vivir un tiempo en la comunidad a la que se aspira, sin haber hecho aún votos de ningún tipo.
(3) El noviciado es la etapa que sigue al postulantado, previa a la profesión de votos.
(4) La profesión temporal es el compromiso público que adquiere la novicia de mantener los votos correspondientes por un tiempo determinado. Se deja entonces de ser novicia para ser juniora o profesa temporal.