sábado, 29 de octubre de 2011

UN LIBRO MUY INTERESANTE SOBRE EL AMOR


Juan José Pérez-Soba, El amor: introducción a un misterio. BAC, Madrid, 2011.

Acabo de terminar este libro sobre el amor, una actividad propia de la voluntad, la cual, junto con la inteligencia, son las dos facultades del alma humana. Su lectura me ha desvelado algunos de los misterios de esta sublime experiencia humana que concentra gran parte de nuestra energía vital. Es un libro bien escrito y profundo, que exige una lectura pausada y tranquila poder sacarle provecho.

El efecto que ha tenido sobre mí la lectura de su Primera Parte, en el que se trata sobre la luz del amor en sí misma y su estructura básica, está marcado por las angustias y ansiedades que pasé mientras trabajaba en mi tesis doctoral sobre la “autonomía moral” del ciudadano en relación con las intromisiones de la legislación del Estado en su vida privada. Estas intromisiones se refieren, por ejemplo, a la obligación de llevar puesto el cinturón de seguridad cuando conduzco, con la finalidad supuestamente benéfica de favorecer mi seguridad personal. O, como ocurre en otros países, a la obligación de tener que esperar un plazo (cooling period) antes de autorizar un divorcio o un aborto, para que las partes puedan repensar mejor continuar adelante con decisiones tan graves.

En aquella época estudié las condiciones de la acción de un agente autónomo, y, para ello, me adentré en la estructura de la deliberación previa a la acción, según los distintos “niveles de preferencias” (por ejemplo en el caso de que quiera al mismo tiempo fumar y dejar de fumar, o comer y no engordar) y la consideración de las “razones” que tengo para actuar, como elementos del razonamiento práctico conducente a la acción. Para ello seguí a autores ingleses y norteamericanos principalmente, que cultivaban la corriente denominada “filosofía analítica”.

Pasé no pocas angustias y ansiedades porque, si bien pude comprender enseguida, y sentirme cómodo estudiando el elemento cognitivo, la deliberación previa a la acción, por ningún lado encontraba el elemento volitivo en la acción, hasta el punto de llegar a pensar, inducido por algunos autores encuadrados dentro de la corriente de pensamiento que he mencionado, que la potencia voluntaria no era más que una ficción. No veía otra “iluminación” en la acción intencional (voluntaria) que la que proporcionaba la inteligencia mediante un razonamiento práctico conclusivo, respecto al cual la acción se me mostraba como un resultado meramente consecuencial(1).

El asunto comenzó a cambiar cuando en la edición en español de After Virtue de Alasdair MacIntire, sentado en el césped a la vera de la Facultad de Derecho, leí que “el ‘bien’ o  ‘lo bueno’ es aquello a lo que el ser humano característicamente tiende”(2). Y se fue aclarando más adelante, cuando en el conocido ensayo Intention de G.E.M. Anscombre, se dice que “la característica del conocimiento práctico es que el objeto querido se encuentra a cierta distancia de la acción inmediata para lograrlo”(3). Ello, junto con el análisis del doble conocimiento, inferencial o por observación, y otro sin observación de la acción que realizo(4), fue abriendo mi mente a la comprensión del elemento orético que preside la acción de un individuo “autónomo”, y que, en cuanto acción autónoma, habría de ser refractaria a cualquier “intervención paternalista” del Estado.

Con la lectura del libro del Prof. Pérez-Soba sobre el misterio del amor, todo el trastorno que me provocó el esquematismo analítico en la investigación sobre la acción, que ya casi había olvidado, se convirtió en paz y esperanza, pues he podido ahondar en la comprensión del agente como criatura de Dios, es decir, que su entidad no se agota por su pertenencia a una clase de seres, como es la especie humana, sino que su identidad constituye una “novedad” irreductible a cualquier categorización, que se experimenta íntimamente como un don de lo “absolutamente Otro”, del mysterium tremedum et fascinosum del que habla Rodolfo Otto en su ya clásico libro Lo Santo(5). Así, dice Santo Tomás que “el amor es por su misma esencia el Don Originario del que derivan naturalmente los demás dones”(6). El Prof. Pérez-Soba, comentando a San Agustín, resalta la importancia de dar el “paso de centrar el amor en el movimiento, al ser, que es el principio del movimiento”, con lo que el amor se constituye en “un principio anterior a nuestra conciencia, que está presente en cualquier acto y, al mismo tiempo, permite comprender la ambigüedad con la cual el hombre vive el amor como una fuerza que le puede conducir a lo mejor o a lo peor”  (pp. 45-46).

Con este presupuesto, se entiende que la voluntad, concentrada en la “decisión” como su operación propia, con el “hacer” consecuente, distancie la acción del objeto querido, según la cita de Anscombe que he transcrito antes, puesto que apunta siempre a un “querer más” que no se consuma en presente(7). Toda decisión particular surge, en último término, como un acto del tender radical de la persona, la “fuerza” del amor, como lo llama el Prof. Pérez-Soba, que es reclamada en su origen como criatura del Amor Increado.

La decisión particular no consuma esta tendencia radical al apropiarse de su objeto, como ocurre con el acto de conocer(8), pues se aboliría respecto a él, sino que involucra reflexivamente al sujeto en los mismos términos del acto de querer, separándose de él, a la vez que ilumina al que quiere, forjando su identidad según la realidad “querida”. En la pág. 49 del libro se dice que “esta unidad de la persona con algo distinto de sí permite percibir un nuevo modo de aproximarse a la constitución del acto humano por encima de la divergencia ‘objeto-sujeto’, que es propia de la inteligencia. Se nos abre la posibilidad de una nueva luz”. Una nueva luz “con un alcance de indudable valor personal desde un inicio, que solo el amor puede revelar al hombre y en el que se manifiesta su mayor originalidad” (p. 29). Y más adelante se dice que “la originalidad de esta unión afectiva es, pues, de tal contenido antropológico, que ha de decirse que existe una ‘verdad del afecto’ que permanece como una guía interna de cualquier acción humana” (p. 53). Y yo digo, ¿qué mayor verdad del afecto que la del enamoramiento, si es correspondido, por el cual un sujeto se constituye en “otro” para otra persona, según una “dinámica donal” de entrega y servicio que retroalimenta recíprocamente el ser de quienes se aman, sin detrimento de la alteridad, provocando “una cierta transformación en el amante” (pág. 52);  o la verdad sublime de la unión mística de quienes tienen la fortuna de recibir y vivir respirando el soplo del Espíritu Santo?

Esta nueva luz es, a mi juicio, la asistencia del íntimo fondo del hombre/mujer a su querer, que ratifica una dinámica ascendente de perfección en el propio ser, o reclama rectificar(9), y, que, en cuanto luz o “iluminación”, constituye la guía eminente de la moralidad del acto humano, según sea su adecuación a la naturaleza que le es propia y su correspondencia obediente al don recibido del Amor Increado. Cito otra vez a nuestro autor cuando dice: “La creación no es un escenario bello sin más, donde colocar las realidades creadas con un orden, sino que en su dinámica tiende a una perfección hacia la que se mueven íntimamente todas las criaturas (…) de la consabida escala de seres que se nos aparecen de un modo creciente hasta terminar en la ‘imagen y semejanza’ (Gén 1, 26) que es el hombre” (pp. 44-45).

La mirada “interna” del amor supera, y es capaz de integrar la dicotomía excluyente en la que oscilan las propuestas éticas de la modernidad, a las que se alude en el Cap. I del libro: a) La consideración del “deber” que fundamenta la norma, como único principio de moralidad, considerado como un mero “dato” de conciencia, y b) La “utilidad”, como bien cuantificable desde fuera, con independencia de la experiencia del agente, con la que se justifica el curso de la acción. Como se dice en la  pág. XVII del libro del Prof. Pérez-Soba, “el amor es una guía fundamental para poder discernir con sabiduría el valor definitivo de todo lo que se vive”. La ética del amor logra integrar la norma como conformidad con la naturaleza y el bien como dinámica de perfeccionamiento vinculada a la felicidad personal.

El amor revela que la “justicia” ha de ser completada por la “piedad”, entendida como disposición de ser “otro” para los “otros”, para poder fundamentar cualquier grado de vinculación social. En el amor arraiga la fraternidad genuina, generadora de un bien que es fruto del encuentro amoroso, y que existe en cuanto es “común”. De él se alimenta el bien individual(10). Sin la piedad el encuentro se transmuta en intercambio y el don en interés, con base una ficticia fraternidad revolucionaria que, inevitablemente, degenera en conflicto. La constatación de que nos seguimos amando, aunque sea sin la universalidad que exige la profundidad del amor de un Padre común, desvelada en este libro, es la prueba de que el mundo sigue “encantado”, y que a pesar de Max Weber, el reino de lo invisible no está definitivamente agotado(11).

Antes de concluir quisiera mencionar una cierta inquietud por la determinación con que se prescinde en el libro del Prof. Pérez-Soba de la terminología al uso en el estudio de las cuestiones referentes a la operación propia de la voluntad, reconduciendo el análisis al uso analógico del término “amor”, lleno de carga emocional, o “afecto”, términos que adolecen de una extensión en su significado que va en detrimento de su intensión. Así, si no me equivoco, la clásica categoría de la voluntas ut natura, no aparece mencionada más que una vez en la p. 55, o el empleo del término “acción” en lugar del uso activo, o la misma decisión, como acto propio de la voluntad, de la cual se dice textualmente que “su acto propio es, precisamente, el amor” (p. 54). Tampoco se aprecia un análisis de la noción de facultad, como potencia del alma que, en el caso de la voluntad, se actualiza con el querer. Creo que ensayar con la terminología filosófica más reciente, con escasa referencia a la ya consolidada, y sin dejar de lado la vulgarizada, puede dificultar el estudio de una realidad como el amor, en la que está comprometido el ser sin restricción, y arriesgar que la investigación sea, según la máxima agustiniana, un  magni passus sed extra viam(12).

Finalmente, me pregunto si en la futura sistemática de una “teología del amor”, que en el libro se anuncia en la pág. 63, se aludirá a su culminación, con la posesión de Dios en la vida futura, Verdad suprema y Bien absoluto, como corresponde a la profundidad del espíritu humano que se manifiesta en esta vida con la experiencia amorosa. Esta culminación tradicionalmente se estudia bajo la denominación de los “novísimos”, en los que se incluyen la muerte y el juicio, el infierno, el purgatorio y la vida eterna en el Cielo llena de plenitud y frescor siempre nuevo(13).


NOTAS:

(1) "La forma en que se suele dar cuenta de la noción de <motivo> (o <razón> en sentido explicativo), (...) consiste en describirlo como una combinación de creencias y deseos. (...) Se da por sentado que su significado es claro: se supone que cuando una persona actúa intencionalmente lo que sucede, a grandes rasgos, es que valora positivamente cierto estado de cosas, cree que cierta acción producirá o promoverá dicho estado de cosas y por lo tanto actúa" BAYON, J.C.: La normatividad del derecho: deber jurídico y razones para la acción, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, pp. 47-48.
(2) MACINTYRE, A.: Tras la virtud, Editorial Crítica, Barcelona, 1987, p. 187.
(3) ANSCOMBE, G.E.M.: Intención, Paidos, Barcelona, 1991, p. p. 138.
(4) "Por un lado, no puedo tener un conocimiento no inferencial de mi acción de mover el brazo si no siento, o de otra forma observo, que se mueve. Pero la observación sólo me da un conocimiento de mi brazo moviéndose, no de mi acción  pues resulta extraño decir que estoy observando mi propia acción. Por otro lado, defender un conocimiento no observacional de mi acción también es extraño, puesto que el moverse de mi brazo requiere un conocimiento observacional de que se mueve. Por lo tanto el conocimiento de mi acción no es ni uno ni otro solamente". ODEGARD, D.: "Volition and Action", en American Philosophical Quarterly, 25 (1988), n.2, p.146.
(5) OTTO, R.: Lo Santo. Los racional y lo irracional en la idea de Dios, Revista de Occidente, Madrid, 1975.
(6) S. Th. I, 38, 2, resp. Cita tomada del texto del Card. Joseph Ratzinger: El hombre entre la reproducción y la creación. http://capellania.unisabana.edu.co/controversias/ratzinger1.pdf (27/10/2011).
(7) Como dice el Maestro Eckart , se vive para vivir: Puedes interrogar a la vida misma durante mil años con esta pregunta : ¿”Por qué vives”? Y la única respuesta que siempre obtendrías sería “vivo para vivir” ¿Por qué sucede esto? Porque la vida proviene de su propio fundamento y surge de sí misma. Por lo tanto, la vida vive sin una razón; la vida vive para sí misma”. Sermón nº 58.
(8) “Querer es una operación cuyo objeto es extrínseco a la facultad volitiva, mientras que entender es una cierta posesión cuyo objeto es intrínseco a la facultad intelectiva”. MILLÁN-PUELLES, A.: Fundamentos de filosofía, Rialp, Madrid, 1958, p. 375.
(9) En su Sermón XX el Maestro Eckart escribe: “La chispita del alma, que fue creada por Dios y es una luz impresa desde arriba y una imagen de la naturaleza divina”, a lo que añade: “Dice San Agustín que la chispita está más adentrada en la verdad quetodo cuanto el hombre pueda aprender”. En otro de estos sermones le da el nombre de boca del alma: “Ahí el Padre engendra a su Hijo en el alma, y ahí le habla a ella”. MEISTER ECKART: Tratados y semones, trad. Castellana de Ilse M. de Brugger, Varcelona, Edhasa, 1983, pp. 438 y 699.
(10) Se podría decir que el individuo es a la comunidad como la letra es a la palabra.
(11) GAUCHET, M.: El desencantamiento del mundo. Una historia política de la religión, Trotta, Madrid, 2005, p.9.
(12) “El hombre no está preso en el gabinete de espejos de las interpretaciones; él puede y debe irrumpir hacia lo real, que se halla detrás de las palabras y que a él se le muestra en las palabras y por medio de ellas”. RATZINGER, J.: Fe, verdad y tolerancia, Sígueme, Salamanca, 2005, p. 165.
(13) GARRIGOU-LAGRANGE, R.: La vida eterna y la profundidad del alma, Rialp, Madrid, 1950.

sábado, 8 de octubre de 2011

Entrevista con Sor Adriana de Jesús Sacramentado


29 de julio de 2010 (1)

La hermana Adriana de Jesús Sacramentado tiene veintitrés años y lleva seis en clausura en el convento de San José (Ávila).

Antes de pasar a la entrevista transcribo lo que dijo San Gregorio Nacianceno sobre los monjes en su Discurso Cuarto en el siglo IV, con ocasión de la muerte de Juliano el Apóstata, lo cual, como es evidente, incluye a las monjas de clausura y, consecuentemente, a Adriana de Jesús Sacramentado:

“Gracias al triunfo sobre sí mismos son inmortales, libres deseosos descansan en el amor divino, beben el manantial de la luz que ellos hacen irradiar. Sus salmodias suenan día y noche como coros de ángeles, sus almas se elevan de sus cuerpos hacia el cielo. Sus lágrimas destruyen los pecados y purifican la esfera terrestre, y sus oraciones apagan las llamas, amansan a los animales salvajes, embotan las espadas y hacen vacilar a las hordas guerreras”.

* * *

—Buenas tardes, hermana Adriana. Para irnos conociendo, antes de saber qué hace una chica como tú en un sitio como este, dinos de dónde viene una monja como tú, cómo era tu familia, tu casa...

—En mi casa somos cinco hermanos, de los que yo soy la mayor. Mi casa era normal, muy estándar. Mis padres son cristianos, de Misa diaria y de rezar el rosario cada día. Esa fe nos la han transmitido a los hijos y siempre se han preocupado de que fuésemos a colegios cristianos, donde se nos diese una buena formación. Eso no nos ha faltado nunca desde pequeñitos.

— ¿A qué colegio ibas?

—A Montealto. Cuando acabé segundo de Bachillerato, me examiné de Selectividad y, ese mismo mes, entré aquí.

—Cuando eras pequeña, con ocho o nueve años, ¿cómo veías eso de que tus padres rezasen tanto?

—Me parecía muy normal, pues era mi familia y es con lo que crecí. Tanto en casa como en el colegio era lo habitual. No recuerdo que tuviese cerca de mí a gente alejada de la fe. Pensaba que eso era lo normal, que todos vivíamos de esta manera. Ya más mayor te das cuenta de que no, de que la vida no es así en todas partes, pero yo lo vivía con normalidad. Es lo que recibí y yo era como ellos. De hecho, creo que puedo decir que era una niña piadosa, pues algunas veces les acompañaba a Misa entre semana; si iba con ellos en el coche y ellos lo decían, rezábamos el rosario, y por la noche nunca nos faltó la oración con ellos. Recuerdo que mi padre tenía una costumbre preciosa, y es que nos bendecía cuando nos íbamos a dormir haciéndonos la señal de la cruz en la frente. Para mí era mi ambiente y ni me llamaba la atención ni me creaba rechazo, porque es donde he crecido.

—A medida que vas creciendo, cuando tienes diez u once años, ¿sentiste alguna vez un atractivo fuerte por la vida de fe, tanto como para pensar en ser monja?

—Sí. Yo, de pequeñita, ya dije una vez que quería ser monja.

— ¿Y eso?

—Bueno, no soy tímida, y digo las cosas según las siento. Lo que ocurrió es que una vez en la parroquia nos preguntaron a un grupo de niños qué queríamos ser de mayores. Uno dijo que bombero, otro futbolista, y así. Yo contesté que monja. Eso mi madre lo cuenta muchas veces, porque, claro, no es muy normal... Lo que pasa es que lo dije lo mismo que cuando una niña dice que quiere ser princesa. Mis padres pensaban que se me pasaría de mayor, que era una cosa de niñas o algo así.

— ¿Qué contestabas tú si entonces te preguntaban qué era ser monja?

—Que era estar mucho tiempo con Dios. Tenía unos siete años. No había hecho la Primera Comunión. Pero conforme me fui haciendo mayor, eso se me fue pasando.

— ¿Por qué decías que querías ser monja?

—No lo sé. No lo recuerdo. De hecho, nunca había tenido contacto con monjas.

— ¿Nunca?

—No, nunca. Mi colegio era católico, pero no era de monjas. Tampoco recuerdo conocer la vida de ninguna santa como santa Teresita o santa Teresa. Ahí yo veo que fue algo que Dios me puso en el corazón, porque en mi casa es verdad que se rezaba mucho, pero contacto con monjas no había. Lo normal es que hubiese querido casarme, ser madre y eso, que era lo que veía en mi casa, pero lo de ser monja tuvo que venir de Dios, pienso yo.

— ¿Tampoco viste nunca alguna monja en la tele?

—Tan pequeña, no. Más tarde sí, aunque tan temprano lo único que recuerdo es haber visto una película de Juana de Arco y me impresionó mucho ver a una santa gue­rrera, pero eso no tiene mucho que ver con una clausura, ¿no?

—No lo sé ¿Eras guerrera en tu casa?

—Pregúntaselo a mis padres...

—Cuéntamelo tú.

—Sí que lo era. Trato siempre de salirme con la mía. Soy la mayor y procuraba que todo fuese como yo quería. Así que imagínate... Guerrera para lo malo, pero también para lo bueno.

— ¿Cómo se te fue pasando ese deseo infantil de ser monja?

—Se me fue olvidando. Según iba creciendo, pensaba en formar una familia como cualquier chica de mi entorno. Con catorce años, me planteé qué quería Dios de mí, y la posibilidad de que me llamase a una vida de particular entrega a El. Conocía el Opus Dei, y pensé que ese podría ser mi camino. Desconocía aún otras realidades de la Iglesia. Hablé con una amiga mayor para que me orientase y ella me paró los pies, me aconsejó que esperase, que rezase, porque ella pensaba que si Dios me pedía algo, me pediría todo. Recuerdo la frase que me dijo: «Dios contigo, o todo o nada». Volví a mi casa y hablé con mi padre. Tenía mucha confianza con él para estas cosas. Él me repitió lo mismo, que si Dios quería algo de mí, me pediría más que eso.

— ¿Te molestó que te parasen los pies?

—En realidad no me molestó, porque no es que yo quisiera ser del Opus Dei. Simplemente me planteé la posibilidad de ser de Dios, y ese era el único medio que conocía.

—Entonces, ¿cómo conociste este Convento de San José?

—Después de aquella conversación con mi padre, vinimos un día con un sacerdote amigo de la familia que conocía este convento. Mi padre había hablado con él y pensa­ron que tal vez me vendría bien saber algo más, por lo que organizaron una excursión. ¡Pero sin saber que era por mí! Así fue como visité por primera vez este Carmelo.

— ¿Cuántos años tenías?

—Catorce.

— ¿Qué recuerdas de aquella primera visita a este locutorio?

—Al principio asusta, porque entras aquí y está a oscuras. Nunca has visto la reja en la pared y piensas que es una cosa muy rara. No sé si por las películas o por lo que te cuentan, pero yo pensaba que iba a encontrarme con un montón de monjas serias y viejas, que no se les vería la cara, que hablarían muy bajito. Y me acuerdo de que nos sentamos con expectación. De repente, en ese silencio y con un poco de tensión, al otro lado de la reja empezamos a oír pasitos. Eran las hermanas que estaban llegando. Se oían también risitas y voces jóvenes. Al abrirse la reja, estaba toda la comunidad sentada. Eran alegres, normales, que te miraban a los ojos cuando hablaban sin ocultar nada. Todo lo contrario. Nos contaron anécdotas divertidas e incluso nos cantaron alguna canción. En fin, fue romper un poco el prejuicio que yo traía y que tanta gente des­echaría si las conociese. Creía que había una seriedad impuesta, que todo era oscuro... No sé, lo que te venden fuera sobre lugares como este. Pero luego llegas y te llama mucho la atención la alegría que se vive aquí. No sé, cuando vienes te imaginas que las monjas son un poco raras. Quizá eso era lo que yo pensaba.

—A la edad de catorce años, ¿tenías pensado ya qué ibas a estudiar?

—Pensaba estudiar Magisterio, especializándome en Educación Especial, para ayu­dar a las personas con síndrome de Down. Era la idea que tenía. Pero el primer día de estar aquí, ya pedí plaza.

— ¿Tan pronto?

—Sí, ese día.

— ¿Cómo es posible?

—Conocer a las hermanas fue un golpe fuerte para mí. Recuerdo que mis herma­nos estaban impactados por la novedad o la sorpresa, pero yo sentía algo dentro. Fue un golpe interior. No paré de llorar en toda la visita. No sé por qué. Me contaron cómo vivían aquí, el horario, la pobreza en la que viven..., cosas sencillas, nada extraor­dinario.

—Ya, pero ¿por qué llorabas? ¿Te daban pena o algo así?

— ¡No, qué va! ¡Eran muy alegres! Recuerdo que todo me removía y yo lloraba. Es una reacción que no puedes explicar. No sé. A mí muchas veces me salen las lágrimas como expresión de algo interior. No es dolor ni pena. La cosa es que cuando llegué a mi casa escribí una carta a la madre priora en la que le dije: «Madre, rece mucho por mí, porque si Dios me llamase, yo quisiera ser carmelita». Ella me contestó muy cariñosa que sí, que iban a rezar mucho por mí, pero me dejó claro que si finalmente quería ser carmelita, tenía que seguir estudiando, porque aún era muy pequeña. Tenía catorce años y debía tener, al menos, diecisiete para entrar.

—Perdona que insista, pero sigo sin entender lo del llanto y esto es importante.

—Es que es un misterio. Una reacción ante algo que sientes dentro y no puedes explicar. Tampoco fue un llanto de amor. No me atrajo Jesús en aquel momento. Fue el encuentro con las hermanas, con esta vida. Fue como reconocer algo aquí dentro, en el corazón, que tiene que ver con tu vida. No sé explicarlo...

— ¿Cuándo te atrajo Jesús?

—Después, cuando me convertí.

— ¿Me he perdido algo?

—Hay mucho que contar...

—Tenemos un libro entero para ello...

— ¡Para darle gloria a Dios!
                                                                                                                              
— ¡Pues vamos a ello! ¿Qué pasó desde los catorce hasta los diecisiete años para que digas que hubo una conversión?

—Después de aquella primera vez aquí, vine durante unos meses de vez en cuando, de visita. Una de aquellas veces le dije a la madre priora que se olvidara de aquello, que no quería ser carmelita.

— ¿Por qué ya no?

—Le dije que había empezado lo propio de la edad, a salir, a conocer gente... Vas creciendo y vas conociendo el mundo. Se me quitaron rápido las ganas de ser car­melita. Pensé en tener una vida normal.

— ¿A qué te dedicabas a esa edad en tu vida?

—Yo estudiaba y salía. Empecé a ir a discotecas y a hacer planes normales de esta edad. Pero al conocer esos ambientes..., sabía que tenía el compromiso de ser carmelita, yo misma me daba cuenta de que no podía estar a dos bandas. Entonces vine aquí a decir que no. No podía estar saliendo con alguien o queriendo conocer a algún chico i al mismo tiempo que aquí me estuviesen esperando ¡Eso era absurdo! Ya tenía quince años. El mundo me arrastró mucho, la verdad.

— ¿Qué te ofrecía el mundo?

—Diversión. Botellón... yo siempre he sido una chica de extremos muy marcados. O he tirado a lo bueno o he tirado a lo malo. Es un poco lo que me aconsejó aquella amiga cuando le planteé lo de ser del Opus Dei. Ella me conoció y me dijo: «O todo o nada». En aquel momento, empecé a conocer las diversiones del mundo y me di cuenta enseguida de que Dios me impedía divertirme como yo quería. Sobre todo con lo de ser carmelita.

— ¿Cómo querías divertirte?

—Yo quería salir... ¡Y bien que salía! Empecé a beber, y ya fumaba desde los doce años. Eran cosas que no iban con una persona que quisiera ser carmelita. Hay un mo­mento importante en el que creo que se dispuso todo para que el Señor me cogiera, pero había que empezar de cero.

— ¿Cómo fue?

—Yo estaba en el oratorio del colegio y allí había un Sagrario. Estaba sola. Recuerdo estar delante del Sagrario y pensar: «Yo todo esto no me lo creo. La fe que tengo no es mía, es la que me han contado». De repente, en mi corazón, comprendí que no creía en lo que me habían contado. Por decirlo de alguna manera, me di cuenta de que yo viví; la fe de mis padres, no la mía, y en ese mismo momento me levanté y me fui de allí. Eso fue duro, porque salí de aquella capilla dándole la espalda a Dios y como diciendo: «Ahí te quedas tú, que yo me voy con lo mío».

A partir de ahí, con quince años o dieciséis, empecé a dejar de ir a Misa, a salir por la noches... Empecé a mentir a mis padres para salirme con la mía y salir de fiesta. Los ambientes a los que iba tampoco eran buenos...

— ¿Cuáles?

—Iba de botellón y a discotecas donde se bailaba hip-hop. También empecé a escuchar música heavy... La verdad es que ese ambiente no era muy carmelita que diga­mos... y lo de ponerme un piercing, pues como que tampoco...

— ¡Cómo mola! ¿En la nariz?

—No, debajo de la lengua.

— ¿No te molestaba?

—La verdad es que no. Ya ves tú, hacer ese sacrificio tan tontamente... Son cosas que haces simplemente por hacer lo que está prohibido. Ya te he dicho que era guerrera. Unos meses después me lo vieron mis padres y la negociación por el piercing duró un minuto. Su oferta fue que o me lo quitaba o me iba de casa. Me gustaba más mi casa que el piercing.

— ¿Qué hacías con tus amigos raperos?

—Salía mucho a bailar. En ese grupo hice una amiga, muy buena amiga, que co­nocía ya del colegio, pero por aquel entonces empezamos a congeniar. Teníamos ese mismo gusto. Bailar y beber, eso hacíamos, nada muy alejado de lo que hacen tantos jóvenes como yo.

— ¿Hasta cuándo duró esa etapa hip-hoperar"

—Hasta los diecisiete años, pero fue un proceso que empezó con cosas más o menos pequeñas y fue yendo a peor.

— ¿Por qué?

—Cada vez bebía más. Salía viernes y sábado, y bebía cada fin de semana. Yo puedo contar todo esto, pero lo bueno es lo que ha hecho Dios con todo esto.

— ¿Tuviste novio?

—No un novio serio. Solo me divertía. En aquel tiempo ni siquiera pensaba en casarme. Solo quería pasarlo bien. Es lo que te venden hoy en día y en los jóvenes cala mucho ese mensaje. Ni novios ni compromisos. Me lo pasaba bien y punto, solo quería divertirme, y lo conseguía.

—Si conseguías divertirte y estar bien, ¿por qué cambias de vida?

—Creo que hay mucha gente que cuando se mete en este ambiente, llega un punto que su vida se destruye tanto, tocan fondo de tal manera, que su vida cambia porque si no se mueren. A mí no fue eso lo que me pasó. A mí me iba bien todo. Las notas me iban bien, tenía muchísimas amigas, no me faltaban tampoco los amigos... Me divertía y podía decir que tenía todo lo que deseaba y que no me sentía mal con lo que hacía, porque era lo que yo quería. No puedo decir que soy monja, porque tuviese un pro­blema o porque tuviese un fracaso con un chico y entonces me quedara hundida. Para nada. Estaba contenta, sin problemas.

— ¿Eras feliz?

—Ese es el tema. Ahora veo que no. Era feliz en la medida en que yo buscaba la fe­licidad. Ahora veo que esa medida, la medida que te da el mundo para ser feliz, es muy pobre, muy baja.

ADRIANA VE “AHORA” LO QUE NO VÉIA “ANTES” DE LA CONVERSIÓN, POR ESO ANTES PENSABA QUE ERA SUFICIENTEMENTE FELIZ CON LO QUE HACÍA Y TENÍA. ASÍ SE ENTINEDE QUE LA CONVERSIÓN ES UNA NUEVA “ILUMINACIÓN” DEL ALMA QUE VIENE DE ARRIBA, CON LA QUE SE VE LO MISMO PERO CON LA LUZ DE DIOS ¿O ES QUE LAS MONJAS NO LEEN EL PERIÓDICO NI SABEN LO QUE PASA EN EL MUNDO MUNDIAL? LO SABEN COMO TODOS, PERO NO VEN LO MISMO QUE EL COMÚN DE LOS MORTALES, ES DECIR, SOLAMENTE MODAS, BOTELLONES, DEPORTES, CATÁSTROFES, DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS, REPRESIÓNES DE PUEBLOS, LIBERACIONES, ACTOS SOCIALES, ETC. VEN TODO ESO, PERO EN SU AUTÉNTICO ORIGEN: EL AMOR DE DIOS POR TODOS NOSOTROS Y COMO LA VÍA DE UNIÓN, DOLOROSA Y ESPERANZADA A LA VEZ, PARA LLEGAR A SU REINO ETERNO, QUE ELLA YA HA EMPEZADO A GUSTAR EN LA TIERRA. POR ESO PUEDE DECIR “AHORA” QUE “ANTES” SU FELICIDAD ERA “MUY BAJA”.

POR LA CONVERSIÓN VIVE EN OTRA DIMENSIÓN, DESDE LA QUE SE ADMIRA VIENDO EL MUNDO COMO UNA HIEROFANÍA (MANIFESTACIÓN DE LA VERDAD, BONDAD Y BELLEZA DE DIOS). POR PONER UN EJEMPLO, NO ES IGUAL VER CON DESCUIDO EL ARBOLITO QUE ESTÁ PLANTADO EN LA MEDIANERA, CUANDO TE PARAS EN UN SEMÁFORO, QUE APRECIAR CÓMO DA SU FLOR, COMO REFLEJO DEL DON DE DIOS, AUNQUE LO TENGAMOS AHOGADO EN EL AIRE CONTAMINADO DE LA CIUDAD. O CUANDO TE SECAS DESPUÉS DE LA DUCHA, NO ES LO MISMO ESTAR PENSANDO EN LA PRISA QUE LLEVO PARA LLEGAR AL TRABAJO, QUE ESTIMAR COMO UN REGALO LA MARAVILLA DEL CONGLOMERADO DE CÉLULAS QUE TE CONSTITUYEN, ORGANIZÁNDOSE Y ENTENDIÉNDOSE MISTERIOSAMENTE ENTRE SÍ, PARA DARTE LA FORMA PRECISA QUE TE IDENTIFICA.

ES EVIDENTE QUE CON LA LUZ QUE RECIBIÓ ADRIANA EN SU CONVERSIÓN VIVE UNA FELICIDAD “SUPERIOR”, PUES VIVIR YA NO CONSISTE EN HACER, CONSEGUIR, EXPERIMENTAR, ETC., SINO EN CONTEMPLAR. HA DEJADO DE CORRER DETRÁS DEL TIEMPO, COMO HACE EL COMÚN DE LOS MORTALES, Y TODO ES TRANQUILIDAD EN EL PRESENTE DE LA LUZ DE DIOS. SE PODRÍA DECIR QUE ADRIANA SIGUE LEYENDO LA PRENSA CON “LA RAZÓN”, PERO LA LEE EN SU EDICIÓN DIVINA, QUE SOLO ENTIENDEN QUIENES HAN RECIBIDO ESA GRACIA. EL EVANGELIO LA LLAMA “LA PERLA”, Y ADRIANA NO TIENE OTRA ALTERNATIVA QUE COGERLA Y GUARDARLA, EN ÁVILA O EN DONDE SEA.

— ¿Cómo cambiaste de medida?

—Lo que pasó es que un día, de repente, sentí en mi interior un vacío muy grande, porque precisamente lo tenía todo y no tenía nada.

— ¿Cuándo te das cuenta de eso?

—Mis padres habían mantenido relación con el Convento de San José y fueron a la ceremonia de toma de hábito de una hermana que había entrado aquí. Un día en la comida, al volver a casa de clase, mi padre estuvo contando cómo había sido la ceremo­nia. Yo nunca había visto ninguna. Contó cómo la hermana estaba en medio de todas, cómo le ponían una corona de rosas en la cabeza como si fuera una novia... Yo estaba a lo mío durante la comida. Estaba normal, pero poco a poco, escuchándole, algo se em­pezó a inquietar dentro de mí. Yo misma pensaba: «¿Qué me pasa? ¡Si yo paso de esto!». Al acabar la comida subí a mi habitación y empecé a llorar. Fue la misma reacción que aquella vez tres años antes. Es algo que ocurre dentro de ti y no sabes qué es. Saqué de un cajón aquellas cartas que la madre me había escrito cuando, con catorce años, le dije que quería ser carmelita. Nunca las había vuelto a leer, pero no las había tirado, no sé por qué. La cosa es que las empecé a leer y yo parecía una catarata. Lloraba sin saber qué me pasaba, no sabía por qué. Esto era en octubre del año que hacía 2° de Bachillerato. Aquel día, algo renació dentro de mí. Algo que me gritaba dentro, de golpe y muy fuer­te. Luché con todas mis fuerza por acallar ese grito interior que yo sola oía. Hice todo lo posible por acallarlo, porque se fuese como había llegado, por ignorarlo, por distraerme de su fuerza, pero era imposible.

— ¿Qué gritaba?

—No lo puedo explicar, pero me rebelaba contra lo que hacía. Me gritaba el conven­to, el recuerdo de esta casa, y esta vez ya sí que gritaba Jesús.

LO QUE SE VE AQUÍ ES QUE LAS HERMANAS QUE LA CONOCIERON CUANDO ADRIANA TENÍA 14 AÑOS, NO DEJARON DE REZAR POR ELLA, RESPETANDO LA VIDA QUE LLEVABA, CON PLENA CONFIANZA EN EL PROVIDERE DIVINO. AL FINAL TODO OCURRE POR DECRETO DE DIOS, POR ESO LAS CARMELITAS NUNCA BUSCARON, SEGÚN LA VISIÓN QUE ACTUALMENTE PREDOMINA, EL “ÉXITO” DE TENER “UNA NUEVA MONJA EN EL CONVENTO”. CUANDO SE ENCUENTRA “LA PERLA”, COMO DIJE ANTES, LO ÚNICO QUE INTERESA EN TENERLA Y CUIDARLA, LO DEMÁS DE DEJA AL GOBIERNO DIVINO, QUE ES EL ÚNICO CAPAZ DE ABARCAR EL CURSO COMPLETO DE LA HISTORIA. BASTA CON IR AL CONVENTO  DE LOS JERÓNIMOS DE EL PARRAL EN SEGOVIA PARA VER LO CONTENTOS QUE ESTÁN LOS ÚLTIMOS 12 MONJES QUE QUEDAN DE LA ORDEN, CON SUS CANTOS, VIGILIAS Y SILENCIOS.

—Hemos llegado al punto en el que empiezo a no entender ni jota. ¿Cómo que gritaba Jesús?

—Voy a tratar de poner palabras a esa experiencia, pero no puedo asegurar que sea así, porque no es sencillo. Esto forma parte de la vida de fe y del Espíritu... Él gritaba: «Tú quieres ser feliz, y yo te quiero hacer feliz. Yo te quiero». Esto es como descubrir so­bre tu vida una mirada. En aquel momento luchaba contra ello y no quería escucharlo, pero hasta que no abrí el oído, hasta que no abrí el corazón, aquello no cobró forma.

AQUÍ ESTÁ EL PUNTO. EL ESPÍRITU SANTO LLEGA CON LA CONVERSIÓN, PERO SÓLO A TRAVÉS DE LA UNIÓN DE AMISTAD Y DE AMOR RECÍPROCO CON JESUCRISTO, QUE LLAMA A CADA UNO A UNIRSE A LA MISIÓN QUE LE ENCOMENDÓ EL PADRE ETERNO. ÉSTA UNIÓN ES UNA “RELACIÓN PERSONAL” DE CORRESPONDENCIA Y ENTREGA MUTUA, QUE TRASCIENDE CUALQUIER OTRA RELACIÓN, INCLUIDA LA PERTENENCIA A UNA ORDEN RELIGIOSA, A UNA FAMILIA, A UN PUEBLO, ETC., LO CUAL, A VECES, NO RESULTA UNA CUESTIÓN PACÍFICA: BASTA CON OIR LO QUE DICE BOB DYLAN EN IBELIEVE IN YOU. EL MERO HECHO DE PERTENECER A UN GRUPO “PIADOSO” NO GARANTIZA NI, CON DEMASIADA FRECUENCIA, MANIFIESTA LA UNIÓN CON DIOS, PORQUE ES CRISTO MISMO QUIEN LLAMA Y TRANSFORMA EL ALMA Y NADIE MÁS, POR MUCHA CARGA DE LIDERAZGO QUE LLEVEN SUS PROMOTORES.

PARA ENTRAR EN ESTA RELACIÓN CON JESUCRISTO “HAY QUE TENER OÍDOS PARA OÍR”, COMO DICE EL EVANGELIO, LO QUE, A VECES, SUPONE TENER QUE DESOIR A QUIEN, REVESTIDO DE AUTORIDAD, TRATA DE INMISCUIRSE EN EL ÁMBITO “SAGRADO” DE LA CONCIENCIA. EN ESTO CONSISTE LA CONDICIÓN DE HOMBRE O MUJER “DE BUENA VOLUNTAD”, COMO LOS PASTORES QUE RECIBIERON EL ANUNCIO DEL NACIMIENTO DEL SALVADOR. ADRIANA SABE QUE LA SANGRE DE LA CRUZ NO LA DERRAMÓ CRISTO POR LA HUMANIDAD SINO SÓLO POR ELLA, Y TUVO LA NOBLEZA DE RECONOCER ESTA VERDAD Y AJUSTAR SU VIDA A LA ENVERGADURA DEL AMOR QUE SU AMIGO LE PEDÍA. CON ELLO HA ENCONTRANDO SU FELICIDAD “SUPERIOR”, COMO LOS PASTORES LA PAZ, CON LA INVASIÓN DE LA LUZ DE DIOS EN SU ALMA.

— ¿Qué forma cobró?

— ¡La de Cristo!

— ¿Por qué te negabas a escuchar?

—Porque no quería saber nada de esto. Ni de Dios.

— ¿Te daba miedo?

—No, no me daba miedo. Sencillamente, no me interesaba. En aquel momento a mí me interesaba divertirme y ya está. Estaba bien como estaba. Le decía: «¿A qué me vienes ahora?». Pero no era una cuestión de miedo.

— ¿Por qué guardaste las cartas de la madre?

—No lo sé. No las rompí, las guardé en un cajón y nunca más las volví a ver hasta ese día en mi habitación. Estaban en el fondo del cajón, bajo un montón de las típicas revistas de adolescentes que compraba a escondidas de mis padres.

—Por lo que veo y por ubicar un poco, eras una chica que sacaba buenas notas, que tenía éxito social entre sus amigos, que lo pasaba bien...

—Lo único problemático era un poco el tema de mis padres, porque estaban preocu­pados. Cuando llegaba mal a casa, ellos se daban cuenta, claro. Por eso, muchas veces no dormía en casa. Recuerdo una vez que mi padre me sentó y me dijo que se había enterado de que no me divertía de la forma más adecuada. Ellos nunca me castigaron por esto o aquello. Habían puesto una semilla en mí y luego respetaron mi libertad y mis decisiones a medida que fui creciendo. No les quedó más que rezar, ¡y rezaron mu­cho! Gracias a ellos, que se daban cuenta de por dónde llevaba mi vida, rezaron también muchos otros por mí.

ES IMPRESIONANTE, PERO AQUÍ SE VÉ QUE LA AUTÉNTICA EDUCACIÓN RADICA EN ÚLTIMO TÉRMINO EN LA CONFIANZA EN DIOS, PORQUE ES ÉL QUIEN TIENE SU HISTORIA DE AMOR CON CADA ALMA. POR MUY PADRE O MADRE QUE UNO SEA, ESTA AUTORIDAD, PRIMERO BIOLÓGICA, Y CON LA ADOLESCENCIA, MORAL, NO JUSTIFICA INTENTAR ADUEÑARSE DE ELLA, RETORCIÉNDO EL QUERER DE LOS HIJOS EN VEZ DE INTENTAR DIRIGIRLO.

— ¿Cómo fue el empujón definitivo al convento?

—El 27 de noviembre siguiente. Era domingo, el día de la Virgen Milagrosa. Yo ha­bía pasado el sábado como siempre, de fiesta, y ese domingo por la noche estaba en casa estudiando. En ese momento tuve una experiencia muy normal, en cuanto a que no tuve ninguna visión, no vi ninguna película, no escuché ningún testimonio ni leí nada. Estaba sola en la habitación y, aquella noche, como que todo se derrumbó. El grito en mi interior fue más fuerte que nunca. Aquella voz que gritaba por fin me venció.

— ¿Cómo te vence una voz que grita en tu interior?

—Sucedió así: estaba en la habitación y empecé a llorar. Fue como sentir el fin de una etapa. Me sentí derrumbada, pero no de tristeza, sino derrumbada por alguien que me quería. Fue descubrir, sentir una mirada de alguien que te quiere. Es sentir que toda tu vida, todo lo que has hecho y toda tu historia, es algo precioso a los ojos de Dios. Que a partir de ese momento Dios quiere que todo siga siendo igual de precioso, pero ya no solo para ti, sino con Él. Era, sobre todo, sentirme amada. Fue lo que me faltó años atrás delante de aquel Sagrario. Esa experiencia personal con Cristo. Esa es la fe cristiana.

— ¿Cuál?

—La fe cristiana no es una idea, sino una realidad de una persona viva, que es Cristo. En nuestra fe, lo primero de todo es saber que Dios te ama, y si no tienes experiencia de eso, de amor, te quedas en lo que te han enseñado. Creo que los cristianos que hemos recibido todo esto desde niños, necesitamos la experiencia del amor de Dios, tenemos que vivir esto en algún momento, porque si no te quedas en lo que te han inculcado. Entonces la fe se convierte solo en ir a Misa el domingo, de vez en cuando rezar, llegar virgen al matrimonio, cumplir unas normas que si no se viven desde una experiencia de amor carecen de sentido. Son por cumplir. Esas cosas son buenas, está claro, pero hacerlo por convencimiento en vez de por amor es muy distinto. No somos tan fuertes y te puedes quedar en el camino. Creo que eso es lo que a mí me faltaba. Aquella noche yo me sentí amada y todo cobró sentido. Tal y como yo era y en aquella situación, habiendo pasado de Dios, El me dijo: «Pues yo no paso de ti, yo te amo, y aquí estoy».

LO QUE DICE ADRIANA CON UNA SENCILLEZ PASMOSA ME PARECE LA CAUSA ÚLTIMA DEL DESCONTENTO Y ANSIEDAD GENERAL QUE IMPERA EN LA SOCIEDAD. ARRASTRAMOS LA “IDEA” DE DIOS, Y EN TORNO A ESTA IDEA DISCREPAMOS DE SI EXISTE O NO, DE SI ES BUENO O MALO, ETC., CUANDO TENER O NO LA “IDEA” DE DIOS ES COMPLETAMENTE INDEPENDIENTE DE QUE EXISTA EN REALIDAD. LA “IDEA” DE DIOS LA TENEMOS TODOS, PERO LA “CERTEZA” DE SU EXISTENCIA SE ADQUIERE POR LA FE, QUE AHORA CAMPA POR SU AUSENCIA. LO QUE IMPERA EN GENERAL ES UN “CONSENSO” ENTRE QUIENES SE CONSIDERAN CATÓLICOS, SOBRE LA IMPORTANCIA DE UNOS VALORES Y CIERTA FORMA DE VIVIR, A DIFERENCIA DE LOS VALORES Y FORMAS DE VIDA DE OTROS GRUPOS SOCIALES. PERO ESTO NO FUNDAMENTA QUE LA “VERDAD” DE UNA FORMA DE VIDA SEA MÁS LEGÍTIMA QUE OTRA. SI CUANDO SE VA A MISA, POR EJEMPLO, SE VA CON LA MISMA ACTITUD, TANTO POR PARTE DE QUIEN LA CELEBRA COMO DE LOS ASISTENTES, QUE CUANDO OTROS SE CONCENTRAN PARA DISFRUTAR DE UN CONCIERTO AL AIRE LIBRE, NO SE APRECIA LA DIFERENCIA ENTRE TENER FE O NO TENERLA.

TENER FE LLEVA A JUZGAR NUESTRA VIDA EN ESTE MUNDO DESDE EL OTRO, CONVENCIDO DE QUE UNA VEZ QUE ESTÁS EN EL CIELO, CUALQUIER VIDA QUE HAYAS VIVIDO ES “LA MEJOR” QUE HAYAS PODIDO VIVIR, AUNQUE TE HAYAN ENVIADO A GALERAS, TE HAYAS ARRUINADO O PERDIDO A TU GENTE, O TE ENTRE UN CANCER QUE TE ESTÉ MACHACANDO. LA FE DE LA QUE HABLA ADRIANA ES LA QUE VE CUALQUIER CONDICIÓN DE LA EXISTENCIA HUMANA CON UNA PROFUNDA ALEGRÍA, PUES LA CONSIDERA EL PRIVILEGIO DE TENER UN LUGAR PARA ELLA EN EL ARBOL DE LA CRUZ, COMO DICE EL SALMO, QUE ES EL COHETE DE LA RESURRECCIÓN.

DESDE QUE IMPERA LA MENTALIDAD REVOLUCIONARIA (1789) EN VEZ DE HABLAR DE “ESTE SIGLO” (HOC SAECULUM), COMO HACÍAN LOS ANTIGUOS, SE HABLA DE “ESTE MUNDO”, Y LA ESPERANZA ESTÁ PUESTA EN UN FUTURO UTÓPICO QUE NO SALE DEL GLOBO TERRÁQUEO, SEGÚN PRESCRIBE LA MODERNA “LEY DEL PROGRESO” (LLÁMESE ALIANZA DE CIVILIZACIONES, SOCIEDAD SIN CLASES, PUNTO OMEGA, UNIDAD DE LAS RELIGIÓNES, O LO QUE SEA. TODO CONFIADO A LOS AVANCES DE LA MEDICINA Y A LAS CONQUISTAS DE LA CIENCIA). POR ESO LA FE HA QUEDADO, EN GENERAL, COMO UN CONJUNTO DE VALORES Y FORMAS DE VIVIR, Y HA PERDIDO LA FUERZA PARA INSPIRAR LA CERTEZA Y LA ESPERANZA EN LA VIDA SOBRENATURAL, QUE ES LA QUE HA ENCONTRADO ADRIANA POR UNA GRACIA QUE CUAJA CADA VEZ MÁS EN SU CORAZÓN DE BUENA VOLUNTAD. ANTES SE DECÍA HOC SAECULUM PORQUE NADIE VIVÍA MÁS DE 100 AÑOS, E IMPERABA EL CONVENCIMIENTO DE QUE LA MUERTE ERA EL PORTÓN DE ENTRADA EN LA ETERNIDAD.

Salí a buscar a mi padre y tuvimos una conversación. Yo lloraba, no podía hablar, y le dije que me quería confesar y que quería hablar con la madre priora. Llevaba sin confesarme todo ese tiempo. A lo mejor por cumplir con algo alguna vez, pero no me confesaba nunca, la verdad.

Hablé con un sacerdote, me confesé y mi vida cambió radicalmente. No empecé a ir a Misa los domingos, sino que iba a Misa todos los días. Era una necesidad, me faltaba tiempo para estar con el Señor, para experimentar y saborear esa sensación de sentirme tan amada. La Misa era lo primero del día. Me levantaba a las seis de la mañana para bajar en tren a Madrid y poder ir a Misa antes de clase. ¡Ya eran locuras! Luego, durante el día, me faltaba tiempo para hacer oración, para estar con el Señor.

— ¿Por qué ese esfuerzo para ir a Misa?

—La Misa era la fuerza. Era mi fuerza. Llevaba tanto tiempo sin comulgar, que re­cuperar la Comunión significó para mí muchísimo.
— ¿Qué es la Comunión?

—La Comunión es el Señor dentro de ti. El mayor gesto de amor que el Señor tiene para con nosotros. Es el sentimiento de sentirme amada hecho carne. Es hacer tangible por la fe el sentimiento de amor.

— ¿Cambiaste de la noche a la mañana?

—Sí.

— ¿Cómo se lo tomaron tus amigos?

—Mis amigos no lo entendían. Empecé a ir a Misa, a rezar, y me preguntaban si me había vuelto loca, y yo les decía que debía de ser. El primer fin de semana que llegó, les dije que no iba a salir. Ellos se extrañaron. Estaba contenta de no salir, de quedarme en casa. Dejé de frecuentar las discotecas y de salir por la noche. Sabía que me conocía y no quería dejarme llevar. No me costaba, pero tampoco iba a poner facilidades. Hacía planes normales, pero no salía de fiesta. Por ejemplo, al poco tiempo llegó Navidad, y en Nochevieja no salí. Claro, cuando haces eso parece que estás loca.

— ¿Se enfadaron contigo?

—Enfados no hubo. La gente sencillamente no me entendió. Era como si solo faltara que me pusiese a hablarles de Dios. Otras amigas sí que se admiraban, en plan bien. No hablaba de ser monja, pero les llamaba la atención lo que estaba viviendo. Pero te digo una cosa: no hice ningún esfuerzo para vivir ese cambio. A mí todo me fue dado. No me levantaba a las seis de la mañana pensando en que hacía un sacrificio por el Señor. Era una necesidad mía. Era un regalo para mí poder hacerlo. Poder experimentar eso no era un esfuerzo. A ver, sí que te cuesta levantarte a las seis de la mañana, pero no es una heroicidad, al contrario.

— ¿Cómo se logra esa vivencia de la Misa?

—Eso viene de Dios; es un regalo del Señor. Solamente me he dejado llevar.

—Tus amigos creían que estabas loca. ¿Y tú qué pensabas de lo que te estaba pasando?

—Yo alucinaba. Claro que sí. Pensaba que estaba feliz; no sabía qué me pasaba, pero
no lo cambiaba por nada. Algo me arrastraba hacia esa nueva vida, pero no con fuerza. En todo ese camino siempre ha estado ahí el Señor, y me ha librado de muchos peligros. Podía haber hecho cosas peores y no las hice, y no sé por qué. Ahora veo que el Señor me protegía.

— ¿A que te refieres?

—A cosas que podían haber pasado y no pasaron, sencillamente.

— ¿Durante ese mes tuya pensabas en venir al convento?

—Sí que lo pensaba, pero en secreto. No pude venir a verlas enseguida, porque era

Adviento y las hermanas no reciben visitas en Adviento, así que tuve que esperar hasta Navidad. Durante ese mes me afiancé en que esto renacía, y renacía de verdad. Toda esta llamada del Señor, este atraerme hacia Él, era más intenso en ese momento de mi vida, y el lugar físico en donde concretar mi entrega era este, el Carmelo de San José. En Navidad vine y pedí entrar.       


— Una vez que tomaste esa decisión, ¿qué te aportaba?

—En mi corazón, paz. Una alegría muy diferente y muy superior a la que tenía
antes, que tampoco me faltaba.

— ¿No te daba miedo meterte aquí y no salir ya nunca más?

—No me daba miedo, aunque sabía que aquí no se entraba en plan de prueba.

Sabía que esto tenía que ser definitivo, pero no me daba miedo, porque todo lo que

me había pasado desde que conocí este convento hasta que tomé esa decisión me

invitaba a confiar desde el corazón, y mi fuerza era confiar, y no podía dejar de confiar por todo lo que había vivido. Mi conversión, mi cambio, sencillamente sucedió. No lo había buscado, sino que me fue dado. No había hecho nada por cambiar. Ni de mi vocación ni de Dios puedo decir que yo los buscase o los deseara. Es Dios el que vino por mí, y luché contra Él, porque esa voz que me llamaba aquí dentro la intenté acallar, pero no pude. No le busqué. Me buscó Él a mí. Soy una víctima de su misericordia. Nada más.


POR ESE CAMBIO QUE “SENCILLAMENTE SUCEDIÓ”, ADRIANA, PROPIAMENTE, NO “ENTRABA” EN EL CONVENTO, SINO QUE “SALÍA” DEL MUNDO, PARA VIVIR LA LIBERTAD MÁS PROFUNDA QUE PUEDE HABER, QUE ESTÁ EN EL PROPIO CORAZÓN CUANDO ESTÁ UNIDO A LA INMENSIDAD DE DIOS. ENTRAR EN EL CONVENTO SE PARECE A CUANDO LOS NIÑOS DE LA PELÍCULA EL LEÓN LA BRUJA Y EL ARMARIO ENTRAN EN EL ARMARIO LLENO DE ABRIGOS Y SE ENCUENTRAN CON “NARNIA”.

— ¿Cuándo entraste?

—Cuando en Navidad pedí entrar, nuestra madre priora dijo que, como tenía diecisiete años, si aprobaba la Selectividad entraría, pero que si no, pues no podía. Le contesté que si aprobaba, entraba el día de san Pedro. Aprobé y el día de san Pedro llegué aquí. Me acuerdo de una anécdota muy divertida, y es que salí con mi madre a fumarme mi último cigarro. Ahí estaba yo con el pitillo, apurando el último en la puerta, pero llegaron unos sacerdotes y lo tuve que tirar, porque tenía puesto ya el uniforme de postulante (2) y como que no quedaba bien. Le di dos caladas y fuera. Lo tiré a escondidas, sin que ellos me vieran.

—Por lo que he entendido, en el Carmelo no se hace experiencia vocacional, ¿es así?

—En este, no. En algunos sí, pero aquí no. Según explica nuestra priora, si tenemos la llamada de Dios, la tenemos, y si no, pues no. La que entra ya tiene claro que Dios la llama. Hacemos seis meses de postulantado, un año de noviciado (3) y tres de profesa temporal (4). Nuestra madre priora dice que aquí dentro se nota a los pocos días si es o no una llamada. Otra cosa es que tengamos una tentación o algo que te distraiga.

— ¿Tuviste alguna para irte?

—En una ocasión sí que la tuve, y no pequeña. Pero con la ayuda de Dios y con la de nuestra madre priora, que me aconsejó rezar y esperar, pude superarla y hasta hoy. Nun­ca he vuelto a dudar de que tuviera vocación, nunca me he querido ir. Esa experiencia me hizo ver aún más que es Dios quien me sostiene aquí. Llevo muy poco tiempo en el Carmelo, pero el suficiente para haber comprobado que mi perseverancia cada día es un don de Dios, no un esfuerzo mío.

— ¿Cómo es el primer día en un Carmelo? ¿Dormiste bien la víspera?

—Esa noche me acosté muy tarde. Mi casa estuvo llena de gente que vino a despedir­se. Aquello no era una despedida de un mes, sino de siempre. Fue todo muy duro y muy sentido, y ya cuando estaba sola en casa, llamé por teléfono a esta amiga con la que yo iba a bailar a los ambientes de hip-hop. Ella era la persona a la que más me costaba dejar, porque sabía que la dejaba sin que ella me entendiese. La llamé y estuvimos hablando hasta las tres de la madrugada. No hablamos ni de Dios ni de mi vocación. Hablamos como si nos fuésemos a ver al día siguiente. Pero al despedirnos, ella me dijo que tenía ese sentimiento. Le contesté: «No. Me voy para siempre, esto se acaba en esta manera. podrás venir a verme cuando quieras, pero yo no saldré de allí nunca». Luego dormí muy bien, me levanté pronto, cogí la maleta y para el convento.

— ¿Cómo es la entrada?

—Para mi gusto, la entrada es horrorosa. Abren la puerta de la clausura y salen la priora, la tornera y dos hermanas más. Me despedí de mis padres y hermanos, recibí la bendición de los tres sacerdotes que me acompañaban, y todo el mundo se puso a llorar. Dentro todo tiene otro color. Me recibieron las hermanas con un abrazo y fuimos al coro a rezar. Mis padres se fueron, y ya está. Es un momento duro. Muy duro.

— ¿Qué tienes dentro de ti que te arrastra a pasar por encima de semejante desgarro?

—Es la fuerza del Espíritu Santo. No lo entiendo. Si lo piensas, tú eres incapaz; pero el Espíritu Santo te arrastra aquí dentro. Ese último momento, cuando abrazas a tus padres y hermanos, que sabes que es la última vez que los vas a abrazar, es desgarrador. Al cruzar la puerta, me di cuenta de que a mí me arrastraba algo allí dentro, pero no me arrastraba a tirones, sino con la suavidad y la ternura que al Señor le caracterizan.

— ¿Tiene sentido todo esto?

—Para mí, sí. Yo soy feliz.

— ¿Cuál es el sentido?

—Yo aquí he encontrado todo.

— ¿No se limita todo a unos muros y a una reja?

—Eso piensas cuando vas a entrar, que lo dejas todo. De lo que más se sorprende la gente cuando se enteran es de eso, de que lo dejas todo. Pues de alguna manera es ver­dad, pero la verdad va más allá, y es que aquí dentro encuentras todo también, y mucho más. La promesa del Señor de que quien deja a su padre y a su madre, hermanos, casa y trabajo, por Él y el Reino de los Cielos, encuentra en esta vida el ciento por uno, se hace verdad cada día. Eso es verdad y eso lo vivo yo, que he vivido el desgarro de dejar a mi familia y el amor y la paz de Dios en mi ser. Puedo decir que es verdad. A mis padres y a mis hermanos les quiero y me siento aún más unida a ellos que antes, por eso no me faltan. Ni ellos ni mis amigas ni la diversión. Aquí lo tengo todo. Si tienes vocación, Dios te llena. Hay cosas que al principio cuestan, pero sientes y sabes que este es tu sitio.

—Y tus padres, ¿cómo lo llevan?

—Ellos, como nosotras, sufren fuertemente este desgarrón, pero es también una vocación: la de padres de carmelita. Por eso ellos también reciben de Dios la fuerza. Mis padres me han entregado a Dios, fiándose de Él. A mi madre le costó un poco más, pero después de cuatro años aquí, cuando iba a hacer mi profesión solemne, mi consagración a Dios para siempre, me escribió una carta en la que me decía que todos los días daba gracias a Dios por esto, que era una de las mejores cosas que Dios le había regalado.

— ¿Te has planteado alguna vez cómo hubiese sido tu vida de no haber entrado aquí?

—No sé dónde estaría. Pero no se sabe. En realidad, me da igual.

— ¿Puedes explicarnos qué es para ti un carmelo?

¡Uy! ¡A ver si me sale! A ver... Creo que podría contestarte con una frase de nuestra santa madre, santa Teresa: «Esta casa es un Cielo, si lo puede haber en la Tierra, para quien se contenta solo de contentar a Dios". Me sobran los comentarios...

— ¿Qué es una carmelita?

—Una carmelita es una esposa de Cristo, y por amor a Él, abraza en esta vida la mis­ma vida que Él escogió por amor a nosotros, en pobreza, castidad y obediencia. Y como Jesús, ofrece su vida a Dios por la salvación del mundo, por los que aún no conocen el amor de Dios.

— ¿Y quién es santa Teresa?

— ¡Es mi madre! Ella ilumina como nadie mi camino. En sus escritos, encuentro el modelo de carmelita al que quiero llegar. Siento de un modo muy fuerte su ayuda como madre y maestra, y quisiera que ella pudiera reconocerme como verdadera hija suya.

Todo esto que he contado, todo lo que Dios ha querido hacer conmigo me sobre­pasa. Sé que no he sido buena, tampoco lo soy ahora. Todo ha sido gracia tras gracia. Nada más.

COMO DICE ANTES EN LA ENTREVISTA, ADRIANA “ALUCINA”, Y ESO EXPLICA LA HUMILADAD QUE MANIFIESTA AL FINAL. ES EVIDENTE QUE LA GRACIA QUE DIOS LE HA DADO ILUMINA COMPLETAMENTE SU EXISTENCIA Y CON ESA LUZ DIVINA VE CON CLARIDAD EL NULO VALOR DE SU VIDA SIN VIVIR EN DIOS. EN FIN, EL ESPÍRITU SOPLA DONDE QUIERE Y AFORTUNADOS SON QUIENES LO PUEDEN RESPIRAR.

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(1) GARCÍA, J.: ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?, Libros libres, Madrid, 2011, pp. 16-28.
(2) El postulantado es la primera etapa de la vida religiosa. Se trata de vivir un tiempo en la comunidad a la que se aspira, sin haber hecho aún votos de ningún tipo.
(3) El noviciado es la etapa que sigue al postulantado, previa a la profesión de votos.
(4) La profesión temporal es el compromiso público que adquiere la novicia de mantener los votos correspon­dientes por un tiempo determinado. Se deja entonces de ser novicia para ser juniora o profesa temporal.