sábado, 21 de mayo de 2011

El dilema de la “JMJ” vs. “MI PARROQUIA”

   Los católicos de Madrid fuimos convocados el domingo pasado a la celebración de los “100 días para llegar a la JMJ Madrid 2011”, con una fiesta en el Madrid Arena de la Casa de Campo. El acto principal fue la misa celebrada a las 12.00 por el cardenal Rouco, a la que asistí con mi familia en vez de ir a la misa dominical de las 12.30 en mi parroquia de siempre. El acto me pareció interesting, pero volví con cierta nostalgia por haber faltado ese domingo a la misa de mi parroquia de siempre, y estuve elucubrando sobre el ¿por qué?

Es evidente que si voy a misa el domingo es para encontrarme con Jesucristo, que, según nuestra fe, se hace presente en el sacrificio de la misa, y también para cumplir con el precepto dominical. En el caso de la “misa MJM”, si este segundo objetivo, efectivamente, lo cubrí, creo que la nostalgia me vino en relación con el primero y principal: en la “misa MJM” no me encontré con el mismo Jesucristo con el que me encuentro los domingos a las 12.30 en mi parroquia. A partir de esta consideración comencé a entrever la solución a mi dilema.

Cuando voy a misa en mi parroquia el encuentro con Jesucristo se produce en la comunidad parroquial, conformada por un grupúsculo de gente que nos conocemos y tratamos con distinto grado de intensidad, pero, en cualquier caso en la línea de la “relación personal”. En mi comunidad parroquial, la palabra “comunidad” no designa una idea abstracta, cuyo objeto es una agrupación de individuos anónimos, reducidos a una cifra y concentrados en un lugar común, sino que significa una relación entre sujetos particulares, que tienen su nombre, son irreductibles entre sí, y no intercambiables, como lo son las peras o las zanahorias.

En mi parroquia suelen estar: el individuo canoso, del tamaño de un oso, que se pone en el primer banco, y tapa medio altar cuando se levanta; Pablo, que suele venir cabizbajo y triste porque tiene a su hermana de 73 años enferma, y cada vez que habla es para quejarse; la joven con tacones, andando a zancadas como un flamenco cruzando la marisma; Purita, la madre fértil, luchando con sus 9 hijos por centrar la atención de su prole; Felipe, el adorador nocturno, que nos raya a la salida con el próximo turno de su bendita asociación, fundada por Luis de Trelles en Madrid la noche del 2/11/1877; Paco y Carmen, muy serios, sentados en un banco discreto del recinto; o yo mismo, con mi tendencia insufrible a criticar internamente lo que va diciendo el párroco en  su sermón.

En esta comunidad –mi parroquia-, con la forma particular y concreta que le dan sus miembros y las relaciones que éstos mantienen entre sí, es donde encuentro a Jesucristo durante la misa dominical, según el aforismo fratrem vidimus, Dominum vidimus. Lo encuentro, no sólo por la fe en el sacramento, sino también en mí mismo y en los demás que están allí, en quienes se aprecia el valor de la sangre redentora. En mi parroquia es donde el amor de Jesucristo, mediado por el párroco, funciona como la fuente del amor que existe entre nosotros, muchas veces deficiente al andar mezclado con los “intereses” o con nuestras tendencias retorcidas. El cemento capaz de unirnos en una auténtica comunidad de “personas” es apreciar el Cuerpo de Cristo, ensangrentado por nuestra salvación, en quienes formamos la parroquia, cada uno con sus genialidades y sus deficiencias, en vez de verla como una “cifra” de individuos, reunidos con independencia de la identidad de cada uno.

En la “misa MJM” se autoafirmaba una flamante identidad “católica” dependiente de un liderazgo NATURAL, distinto al sobrenatural de Cristo, que distancia más que acoge a quienes no autoproclaman seguidores. En mi parroquia nos reunimos en nombre de Jesucristo resucitado, conscientes de nuestra indigencia y esperanzados por su presencia salvadora (Mat. 18-20). Sólo así se define, además, la genuina identidad “apostólica”, confiando más en la acción del Espíritu que en la nuestra. Nunca somos pocos, al contrario de lo que dijo Rouco al final de la “misa JMJ” al ver la cifra de los asistentes, y animándonos a ser más. Somos los que somos y cada uno es como es. Ni sobran ni faltan, como tampoco sobraban ni faltaban entre los que Jesucristo eligió.

La “misa JMJ” me trajo a la memoria la rivera del Sena al atardecer, en París, en donde estuve paseando el año pasado con mi mujer. En aquél paseo viví la temática de la conocida película Paris, je t'aime, pues el amor se respira en cada uno de los rincones de esa bonita ciudad, como la ilusión se respiraba en el Madrid Arena. Pero inmediatamente se me reveló: si, pero París no te ama a ti, quien te ama es tu mujer, ¡ahora! Pues lo mismo en la “misa JMJ”, convertida en un encuentro espectacular de individuos, en vez de una acogedora reunión de personas, en donde Jesucristo no estaba presente sino en el ritual del sacramento. Por la fe eso lo sé, y por eso digo que cumplí el precepto dominical, pero a Jesucristo no me lo encontré como lo encuentro en mi parroquia, encarnado en mi párroco y sus sermones, en medio de mis hermanos parroquianos, cada uno destilando en su vida la sangre del Cordero.

Me parece que el culto que se dio mediante la exhibición del domingo, si se excluye lo sacramental, es nulo en cuanto dirigido a Dios, a quien se le usurpa la posición con un fin desviado en cuanto es un fin humano: el NÚMERO. El montaje bien podría haberlo hecho una empresa de imagen y comunicación con igual o mejor resultado numérico. Suficiente trabajo tienen ya nuestros pastores con su esfuerzo en favor de las ovejas, consideradas una a una, en vez de como simples unidades que engrosan una cifra, las cuales podrían haber sido, tanto figurillas de porcelana o muñecos de trapo, como individuos de carne y hueso. La vida de cada cual envuelve una problemática más difícil de tratar que el montaje de una fiesta que se llene a rebosar, pues ocuparse de cada una de ellas depende de una relación personal que sólo fructifica con la dedicación y la asistencia del Espíritu Santo.

Así resolví el dilema que se me planteó al volver de la “misa MJM”, lleno de nostalgia por la que, a esa misma hora, se celebraba en mi parroquia.